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Letras&Artes
Stephanie Land Escritora

“Cuando limpiaba casas me sentía invisible”

Ha vaciado sus tribulaciones como limpiadora en una Norteamérica que se desentiende de los precarizados en “Criada. Trabajo duro, sueldos bajos y la voluntad de supervivencia de una madre”, libro que ha inspirado la serie “La asistenta” (Netflix) que protagoniza Margaret Qualley

Stephanie Land.

Un embarazo inesperado y una pareja violenta frenaron los planes de Stephanie Land (Washington, EE UU, 1978) de ser escritora. Al no contar con el apoyo de familia o amigos, se dedicó a la limpieza durante seis años para llegar a fin de mes y se acogió a diferentes programas de asistencia social. Tenaz, estudió por las noches hasta licenciarse en la universidad y empezar a trabajar como escritora independiente. En Criada. Trabajo duro, sueldos bajos y la voluntad de supervivencia de una madre (Capitán Swing, 2021) –libro en el que se basa la serie de Netflix La asistenta– cuenta su experiencia, que es la de muchos norteamericanos cuyo horizonte laboral está marcado por la precariedad, el riesgo de pobreza y el desdén de las clases medias.

–¿Minusvaloramos las tareas de limpieza?

–Sí. De hecho, a menudo me sentí invisible. Era importante demostrar que había pasado por la casa que limpiaba; por ejemplo, doblando las puntas del rollo de papel higiénico o que todo oliera bien, pero no podía dejar ninguna evidencia de que había estado ahí como ser humano, porque el cliente podía llamar y quejarse. Por la naturaleza invisible de ese trabajo, la gente se olvida de que existe.

  • Stephanie Land, Criada. Trabajo duro, sueldos bajos y la voluntad de supervivencia de una madre, Capitán Swing, 2021

–¿Si el trabajo estuviera mejor remunerado se valoraría más?

–Creo que lo que pasa en América afecta a la dignidad personal. Trabajos mal pagados, como la limpieza, se consideran poco dignos o menos importantes que el de un médico, por ejemplo. Sin embargo, el empleo doméstico permite al país que el resto de los trabajos puedan hacerse. Deberíamos empezar por dar a todo el mundo la misma dignidad, independientemente del trabajo que hace.

–Dice que sentía vergüenza por recibir subvenciones públicas. Pero su situación no le permitía otra cosa.

–Me sentía culpable de haber fracasado y de haberle fallado a mi hija. En aquella época había amigos que colgaban en las redes sociales mensajes que comparaban a quienes recibían ayudas con el mensaje de los parques nacionales: “No des de comer a los osos porque se vuelven dependientes de las limosnas”. ¡Se me comparaba con un animal! Eso se te queda pegado. ¡Es un sistema tan humillante! Tenías que demostrar que no tenías dinero en bienes que podías vender y sentía que solo tenía valor si trabajaba físicamente. Me avergonzaba no ser un miembro de la sociedad que contribuía plenamente a ella.

"Cuando vivía en el albergue para personas sin hogar tenía que hacerme análisis de orina para demostrar que no bebía"

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–¿Todavía se siente así?

–Poco a poco lo voy superando. Sobre todo ahora mismo. [Risas] Mi trabajo como freelance es casi de 24 horas al día y dedico todo el tiempo a escribir. No me quejo, pero había firmado un contrato para escribir mi próximo libro y no he sido capaz. Ha sido muy duro porque hay mucha energía mental que entra en el proceso de escritura, no es solo un esfuerzo físico.

–¿La situación que vivió era soportable porque creía que era algo transitorio, que en algún momento encontraría algo mejor?

–Me centraba en superar el día y en no pensar mucho más allá. Era muy buena planificando, muy organizada, sabía en todo momento cuánto dinero tenía en mi cuenta, cuánta leche tenía en la nevera y toda mi energía se iba en eso, en llegar a la hora en la que la niña se iba a dormir y tener unos minutos para mí. Pero muchas cosas te empujan a salir de esa situación. Quería mostrar a mis hijos que podían hacer lo que quisieran. Y yo también necesitaba hacerlo.

  • Stephanie Land

    "Era importante demostrar que había pasado por la casa que limpiaba, pero no podía dejar evidencias de que había estado ahí como ser humano"

–¿Qué siente cuando ve que para muchas mujeres su único destino es encadenar un trabajo precario tras otro?

–Creo que mi historia es privilegiada en ese aspecto. Soy una persona blanca que creció en lo que era la clase media. No fui la primera generación en ir a la universidad, porque mi madre lo hizo primero, así que tenía la sensación de que aquello no era mi destino final. Pero eso tiene que ver con el privilegio de los blancos. Yo no venía de una pobreza o de un racismo sistémico, de generaciones y generaciones de inmigrantes o limpiadoras.

–Llama la atención que diga que ser pobre es como estar en libertad condicional. ¿Es así como se percibe la pobreza en Estados Unidos? ¿Como un delito?

–Nunca he estado en libertad condicional ¡Nunca! Pero cuando vivía en el albergue para personas sin hogar tenía que hacerme análisis de orina para demostrar que no bebía y venían a comprobar que todavía seguía trabajando para la empresa de limpieza. Era un tipo de vida muy regulada, muy extraña. Incluso cuando estaba en una relación de abuso y de control [con la pareja de la que se separó] tenía más libertad.

–¿Cuál es hoy la situación de las limpiadoras en Estados Unidos?

–He tenido muchos comentarios en Instagram y en Twitter de gente que empieza a ver lo fácil que es encontrarse con dos dólares, necesitar trabajar y el estrés que eso genera. No creo que la gente vaya a cambiar, pero espero que no piensen que esa situación es fruto de una mala decisión personal y, por lo tanto, que no hay que ayudar. Esa ha sido la lectura durante muchos años.

"El sueño americano ni siquiera es un sueño. Si no logras salir adelante, se da por hecho que es porque no trabajas lo suficiente"

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–Hay una escena incomprensible: su madre se niega a pagarle una simple hamburguesa a pesar de que usted apenas tiene dinero.

–Bueno, yo todavía no lo entiendo. Mi madre y yo hemos sido casi unas completas extrañas durante ocho años. No he hablado con ella durante este tiempo. No conoce a mi hija de 7 años. Nunca entendí su manera de pensar. A mucha gente le enfada esa escena, y en cierto modo lo agradezco. Yo debería haberme enfadado también, pero en ese momento solo me sentí desmoralizada.

–¿Su libro es una muestra de que el sueño americano es solo eso, un sueño?

–Yo lo llamo un mito. Ni siquiera es un sueño. No es verdad. Eso de que puedes salir adelante por tu cuenta y que si trabajas duro, lo consigues… Si no lo logras, la gente da por hecho que es porque no trabajas lo suficiente. Pero no creo que los pobres puedan trabajar más.

–“Mi hija aprendió a andar en un refugio para personas sin hogar”. Es la primera frase del libro. ¿Cómo está hoy su hija?

–¡Genial! Mia tiene 14 años y medio. ¡Es tan inteligente! Mucho más que yo… Ha elegido usar su segundo nombre, Story, y el pronombre they [género no binario].

–¿Qué huellas ha dejado en usted esa etapa de su vida?

–Muchas dificultades para disfrutar de las cosas buenas, porque mi experiencia me decía que cada vez que pasaba algo bueno luego ocurriría algo malo. Ahora empiezo a confiar en que lo bueno puede durar, pero siempre me quedarán huellas de eso. Cuando tienes problemas de vivienda estás en permanente estado de pánico y el cuerpo no se recupera fácilmente. Hay hábitos que no te abandonan, como le pasa a quien crece en la pobreza o sufre violencia machista.

–“Una de las grandes ventajas de estar dispuesto a arrodillarse para limpiar un váter es que nunca tendrás problemas para encontrar trabajo”, dice usted en Criada. ¿Sigue pensándolo?

–Por supuesto. Sin duda.

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