El gesto de entrar en el supermercado y dirigirse directamente a la estantería en la que están los cartones de leches es hoy en día de lo más habitual. Pero antes de que Larsa, Pascual o Feiraco llegasen a nuestras vidas había una serie de mujeres que recorrían muchos kilómetros cada día cargadas con lecheras de varios litros de capacidad para vender por "cuartillos" la leche que ellas mismas ordeñaban de sus vacas. Y aunque el teléfono móvil, internet, la televisión digital y el resto de nuevas tecnologías nos hagan perder la perspectiva, lo cierto es que no ha pasado tanto tiempo desde entonces. Son todavía muchos los vecinos de la comarca, y no tan mayores, los que crecieron tomando en el desayuno y en la cena uno de esos tazones de leche recién ordeñada. Las lecheras más conocidas en la comarca eran las de Ermelo, una aldea en la que por momentos parece que se ha detenido el tiempo, y a ellas homenajea el domingo el Concello de Bueu.

"A nosa foi unha vida esclava. Primeiro ías a Cangas cargada con leña para vender e cando chegou o butano foi cando empezamos a vender o leite", recuerda María Miranda, que a sus 78 años aún sigue a pie de obra con su hija en la cocina del único bar en activo en Ermelo. "Non era unha boa vida, non. Eu vendía o leite pola mañá e pola tarde ía a fábrica. - ás veces pola noite ao mexillón nunha fábrica no Espíritu Santo", cuenta a su vez Carmen Iglesias, con 85 años cumplidos en febrero. "Ao principio ías andando, uns días a Cangas e logo a Bueu, todo polos camiños. Despois, hai xa 60 anos, cando abriron a carretera xa podías baixar no autobús do Saltón", añade. Cada una tenía "sus" casas, a donde iban casi todos los días o en jornadas acordadas de antemano. "Moitas veces xa che deixaban fóra o cacharro para que lle botases alí o leite", cuentan.

La apertura del vial y la llegada del autocar fue una gran ayuda porque hasta ese momento las mujeres cargaban las lecheras a la cabeza y recorrían kilómetros y kilómetros "por aqueles carreiros" hasta Coiro, Cangas o Bueu y daba igual "que fixera bo, que chovera ou que ventase". Un trayecto lleno de dificultades. "Que pasaba se che caía o cacharro? Pois nada, quedabas sen o leite e xa está", cuenta Carmen Iglesias llena de decisión. Según María esos incidentes no eran muy habituales. "Tiñamos práctica e daquela os carreiros estaban bastante ben porque se usaban, non é como agora", recuerda. Aún así, había algunos puntos complicados, como recuerda otra Carmen, "Carmiña" Juncal Otero. "Había un sitio polo que pasaba o río Frade e aínda que tiñamos un calzado bastante ruín, alí descalzábaste e saltabas polas pedras coas leiteras na cabeza", rememora. Ella ejerció el oficio cuando aún era una niña, por la mañana iba a repartir la leche y por la tarde a la escuela, y lo retomó algunos años más tarde para complementar la renta familiar.

Todos los testimonios coinciden al describirlo como un trabajo "esclavo, sen domingos nin días santos". "Ao animal tiñas que tirarlle do leite todos os días e había que ir ao monte a buscar para darlle de comer e había que atender as fincas", cuentan todas. María Miranda lo resume con un punto de resignación y tristeza: "Así foi toda a nosa vida. Agora nos doen as pernas, as rodillas. Como non nos van a doer? Daquela non había mal ningún e tirabas para adiante. Tampoco había televisión e aínda que a houbera non tiñas tempo para mirala", sentencia.