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Tokyo 2020 - Piragüismo

Teri nunca rema sola

Teresa Portela, en Aldán cuando era una niña. FDV

La gallega ha encontrado en su círculo más íntimo el ecosistema necesario para alcanzar a los 39 años el viejo sueño que comenzó a forjarse jugando en Aldán

Suele decir Teresa Portela que su bote no es un K1 sino un K4 en el que van ella, su hija Naira, su marido David Mascato y su entrenador, Daniel Brage. En ese mundo construido a su medida ha encontrado la canguesa la fuerza y el ánimo para estirar su carrera hasta los 39 años y conseguir, cuando parecía impensable, regalarse el sueño de subir por primera vez en sus sextos Juegos Olímpicos al podio. Por fin. Justicia es la palabra que le brota del alma a cualquiera que haya seguido su trayectoria. Esta medalla de plata parece el colofón (o no) perfecto para una carrera ejemplar y desde ayer deja de ser esa tarea pendiente que había dentro de un palmarés abrumador. Justo en el momento de su vida en que se le acumulaban más obligaciones personales, deportivas y profesionales ha sido cuando ella ha encontrado su plenitud. Porque Teresa Portela es piragüista, pero también madre y emprendedora. Cuida de su familia, de su negocio y de la piragua. Su agenda es un jeroglífico que ella gestiona con habilidad, esfuerzo y complicidad con aquellos que la rodean, los que ayudan a que esa piragua que ella impulsa con su cuerpo avance más deprisa.

Teresa Portela y David Cal, en su etapa juvenil. Gonzalo Núñez

Y todo comenzó como un juego. El clásico de los niños que crecen en Aldán y para los que el agua es el mejor de los recreos. Teresa fue de las que un día se apuntaron en el Club Ría de Aldán para hacer piragüismo y aprovechar las condiciones naturales de su ría. El resto fue viniendo solo, con la naturalidad de lo inevitable. Porque Teresa no tardó en demostrar que su palada no era como el del resto de las niñas de su edad. Tenía una eficiencia y potencia únicas. Sacaba un provecho a cada esfuerzo que los demás no eran capaces de igualar. Y pronto el pasatiempo pasó a ser una cosa más seria de la mano de Araceli Menduiña, la primera entrenadora que tuvo en el club. Así llegaron las medallas que inundaron su casa, los campeonatos de España, las convocatorias con la selección española de piragüismo. Su carrera caminó en muchos sentidos paralela a la de David Cal, compañero de entrenamientos infantiles en Aldán. Pero el canoísta se especializó muy pronto en las pruebas individuales mientras a Teresa no tardaron en destinarla a las embarcaciones de equipo, aunque su estreno olímpico se produjo en un barco individual. Solo tenía 18 años cuando recibió de forma inesperada la convocatoria para los Juegos de Sydney. Una simple experiencia para aprender que dejó en su cuerpo la necesidad de repetir, de volver a vivir algo así.

Teresa Portela en el Club Ría de Aldán cuando era niña

Durante años Teresa Portela vivió en una paradoja. La que genera el propio calendario internacional. En los Mundiales, donde podía medir su explosividad con las mejores, lograba resultados asombrosos y los títulos se apilaban en su vitrina. Pero ese K1 200 que parecía hecho a su medida seguía fuera del ciclo olímpico. Por eso en Atenas y Pekín fue olímpica en los barcos de equipo. Diplomas que a ella le sabían a poco. Sus paisanos regresaban a casa con una medalla en el cuello y en las recepciones que le organizaban en Cangas siempre se sentía algo extraña. A su lado todos lucían las relucientes medallas.

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Los mejores momentos de la carrera de Teresa Portela

Pero la vida cambió con la llegada del K1 200 de cara a los Juegos de Londres. Entonces sí que se produjo un vuelco en su carrera. Comenzó a trabajar a destajo con Daniel Brage, su entrenador a partir de ese momento. Había llegado su momento, pero justo en el canal de Dorsey, el día de la final olímpica, el destino la maltrató de un modo sádico. Estaba en un momento de forma impresionante y solo Lisa Carrington, que dos años antes había iniciado el implacable gobierno de la distancia, parecía fuera de su alcance. Pero ese día el bullicio del canal y el viento hicieron que no escuchase con claridad la señal que advierte a los palistas de que estén listos. Ahí, en esa salida defectuosa, se le fue algo más de una décima que ya no pudo recuperar. Luego avanzó con furia recortando la ventaja de sus rivales, pero en esos cuarenta segundos que dura la prueba no le dio tiempo a obrar el milagro.

Teresa Portela en uno de sus primeros podios mundiales

La medalla se le había escapado. Lloró como pocas veces en su vida. Ni el entonces Príncipe Felipe, que había acudido a ver la final, era capaz de consolarla. Un golpe brutal que le hizo replantearse muchas cosas. Como otros deportistas tomó entonces la decisión de ser madre aprovechando el comienzo del ciclo olímpico y en 2014 nació Naira que se convertiría desde ese momento en su mejor y más valioso escudero. En el Mundial de Milán de 2015 la niña ya estuvo junto a ella. A partir de ese día ella y David Mascato, su pareja y la persona con la que tiene una clínica de fisioterapia en O Grove, no se han perdido ninguna de las competiciones importantes de Teresa Portela. Como si la palista fuese la cara visible de un equipo que formaban todos ellos. Da igual que fuese necesario hacer malabarismos para ajustar la agenda y cumplir los compromisos. “Si somos un equipo podemos hacerlo” insiste Teresa. Y todo ello sin dejar de responder a la inmensa exigencia que impone Brage, el protagonista más silencioso de esta historia, el entrenador discreto que siempre elige la discreción.

La decisión de ser madre tras el palo de Londres 2012 ha sido decisivo en el proceso

Teresa junto a su hija Naira

El resultado en Río, donde llegó más justa de preparación, fue un sexto puesto que pareció cerrar un ciclo. Mucha gente vivió aquello como un último baile. Pero en el revólver de Teresa aún quedaban más balas por disparar. Se dio unos meses para reflexionar y decidió embarcarse en otro ciclo olímpico. Se sentía feliz en el agua entrenando y no veía ninguna razón para no seguir adelante. Nunca le prestó demasiada atención al carnet de identidad, a ese número que a veces persigue a los deportistas empujándose a tomar decisiones definitivas. Teresa entrenó entonces como nunca y el cronómetro seguía enviando buenas señales. Los tiempos no eran muy diferentes a los que firmaba en su mejor etapa pese a que la teoría dice que en una prueba tan explosiva como la suya la edad pone kilogramos de más en la piragua. Llegó el confinamiento, el retraso en los Juegos pero a ella tampoco le impresionó esa circunstancia. “Si yo soy un año más mayor, también lo será el resto”. De todo sacaba una lectura positiva. Y llegado el momento de la verdad su estado era aquel que había planificado con Brage. En Verducido hace unas semanas certificó oficialmente su clasificación, sería la primera española en alcanzar seis veces unos Juegos Olímpicos. Un hito que emocionó a todos los que la rodean. Solo quedaba un pequeño trámite, decirle a Naira que esta vez no podría acompañarla a una competición. El plan era otro. Sus padres también tenían previsto viajar a Japón, pero la pandemia cambió cualquier previsión. Las restricciones obligaron a ello. Naira se quedó en casa, pero de muchas maneras viajó a Tokio con sus padres. Y ayer, veintiún años después de su primera experiencia olímpica, Teresa Portela encontró el premio que tanto buscaba pero que ya había dejado de obsesionarle. Eran las cinco menos veinte de la mañana en Aldán cuando un K1 entró en la meta del canal de Tokio en segunda posición. A simple vista iba una sola mujer, pero en realidad había mucha más gente subida a ese bote con ella.

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A la sexta fue la vencida: Teresa Portela, plata en Tokio EFE / Reuters

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