Los multimillonarios fondos recién aprobados por los líderes europeos en la histórica cumbre de Bruselas, un maná para la reconstrucción de los países más afectados por la crisis del covid-19, suponen para Galicia el último tren para acometer la mejora de su capacidad industrial en un escenario que obliga a asumir ya, sin reservas, la transición verde y digital que propugna la UE. Habrá mucho dinero procedente de Europa para asignar a proyectos concretos que reanimen la economía regional, y esos proyectos son los que tienen que configurar el diseño del mapa industrial de la comunidad en el futuro. Reconstruir Galicia supone repensar la región y reinventarla, elevarla sobre nuevas y bien cimentadas estructuras. En ese objetivo ineludible, las anunciadas ayudas europeas conforman la principal palanca. No darle buen uso sería inadmisible.

Galicia, como España en su conjunto, aprovechó la entrada en la Unión Europea para desarrollar sus principales infraestructuras, salvar los escollos de su secular aislamiento y salir con menor daño de la brutal reconversión de sectores industriales que conformaban en buena medida el soporte de su economía. El momento actual, el de la reconstrucción de un continente gravemente herido por el azote del coronavirus, es crítico. Seguramente no habrá otra oportunidad para que los países de la Unión decidan de manera tan unánime una emisión masiva de deuda conjunta de 750.000 millones de euros destinados a iniciativas que reactiven las economías nacionales, severamente afectadas por el "shock" de la pandemia.

No se puede bajar la guardia, hay que continuar con "sentidiño" y prudencia, como recalcó el presidente de la Xunta en la entrega de la Medalla de Galicia a los trabajadores de la sanidad. Debemos seguir manteniendo sin descanso la vigilancia sobre la crisis del covid, pero el reto no es exclusivamente sanitario sino también económico. Galicia, que capeó con destreza los momentos más duros de la epidemia gracias a la solvencia de su sistema de salud y al compromiso de sus ciudadanos, se enfrenta ahora a una batalla no menos dura, la de recomponer los efectos del coronavirus en su tejido productivo.

La comunidad opta a una financiación fabulosa. A nivel estatal, a través del fondo no reembolsable de 16.000 millones de euros que el Gobierno de la nación ha habilitado para paliar el efecto en las arcas autonómicas de la crisis del coronavirus, por no hablar de las ayudas de 140.000 millones esbozadas para la transformación digital del país. La pugna entre autonomías por ver quién se queda con la parte más cuantiosa del pastel ya se ha desatado. Pero el mayor bocado llegará por vía comunitaria, procedente del Mecanismo de Recuperación y Resiliencia, dotado con 672.500 millones de euros, y sobre todo de los Fondos de Transición Justa, destinados a los territorios más afectados por la descarbonización, en cuyo reparto el Gobierno gallego está obligado a desplegar toda su presión sobre el Gobierno central. Tampoco la aprobación del estatuto electrointensivo, indispensable para sujetar industrias estratégicas en nuestro territorio, tan dependientes del precio de la factura eléctrica, admite titubeo. La Xunta tiene que dar la batalla política allá donde llegue su voz para que Galicia no quede relegada en el reparto de todos estos fondos, algo que a día de hoy no está ni mucho menos garantizado.

Va a ser muy difícil, por no decir imposible, otro escenario con semejante volumen de financiación. Galicia aspira a captar una parte sustancial de esos fondos. Pero hay que acertar con las ideas, ser creativos, diligentes y buenos gestores. La lógica comunitaria recomienda primar aquellas iniciativas y proyectos que supongan un salto adelante en la modernización del tejido productivo de la región, de ahí la urgencia de promover desde ya una efectiva y multilateral colaboración entre el sector público y el privado.

Los proyectos tractores propuestos por el comité de expertos económicos de Galicia y asumidos por la Xunta, una planta de hidrógeno "verde", otra de transformación de masa forestal en fibras textiles y una más de purines para generar biogás y fertilizantes, forman parte de esa estrategia, pero hay que ir más allá del papel: prepararlos y articularlos ya mismo, a la mayor brevedad porque el cronómetro avanza fulgurante. Y pensar en muchos otros, porque oportunidades para propiciar un verdadero relanzamiento industrial las hay y son enormes.

El futuro de la comunidad depende del arrojo y determinación de los representantes políticos, y la composición del futuro Gobierno de la Xunta será sin duda un baremo interesante para medirlo; al igual que de los empresarios, de su ingenio, capacidad y eficiencia a la hora de presentar iniciativas que Bruselas premie por su elevado valor añadido. Lamentablemente, la perenne y egoísta desvertebración empresarial de la comunidad, sin duda un grave déficit que Galicia aborda con exasperante inhibición, en nada contribuye a estos objetivos.

Pero, en cualquier caso, no ha lugar para la autojustificación porque lo que se necesita está claro: sólo con visión estratégica, determinación política y compromiso empresarial podrá sortearse la fuerte competencia entre países y comunidades autónomas a la hora del reparto. Talento y masa gris hay de sobra en Galicia para acometer ese reto formidable.