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Ánxel Vence.

Corea del Norte nos guía

Corea del Norte nos guía

La Corea del Norte donde reina feliz y obeso el monarca Kim Jong-Un no ha registrado un solo caso de COVID-19 desde el comienzo de la pandemia. Así lo proclamó el joven Kim, a la vez que deseaba con recochineo a sus paisanos de Corea del Sur la pronta mejora de su situación sanitaria, que tampoco es tan mala.

Lo del líder norcoreano recuerda vagamente la respuesta de cierto veterano actor español cuando le preguntaron si alguna vez había recurrido a la cirugía estética “Ni me la he hecho, ni pienso volver a hacérmela nunca”, respondió el interpelado.

Habrá quien no se lo crea; pero en el caso coreano, la afirmación tiene toda la lógica del mundo. El reino de la dinastía Kim es un caso de aislamiento ejemplar desde hace décadas. Allí no entra casi nadie, sea persona, animal o virus, sin que los servicios de vigilancia del Estado lo sometan a un escrutinio difícil de superar.

Pasaba algo parecido en la Unión Soviética, donde en los tiempos más duros del régimen se exigía salvoconducto a los rusos para viajar dentro de su propio país. Justo lo que ahora ocurre en las democracias atacadas por el coronavirus.

Ahí se ve que lo de los confinamientos perimetrales ideados para combatir la propagación del bicho ya fueron, en realidad, un invento largamente aplicado en ciertos países. Se trataba entonces de evitar que circulasen los virus del capitalismo, el revisionismo y la disidencia; pero el principio es el mismo.

Por eso es creíble el a menudo increíble Kim Jong-Un cuando afirma que su país permanece inmune a esa enfermedad que está sacando de quicio a los pérfidos capitalistas. Con su parte de Corea cerrada a cal y canto, no hay bicho que se cuele para perturbar la idílica paz del régimen.

Son las ventajas de cualquier confinamiento. Uno se encierra en casa –o lo encierran en su país– y así queda a salvo de los peligros de la calle, incluso en naciones con sólidas condiciones de seguridad ciudadana como las de la Unión Europea.

Esto lo hacían antes a título particular los encamados, que un día decidían no levantarse de la cama y en ella permanecían durante decenios, hasta que la muerte obligaba al levantamiento del cadáver.

Encamados famosos, si bien a tiempo parcial, fueron Marcel Proust, Óscar Wilde, Unamuno o Valle Inclán, que practicaban esporádicamente la escritura, digamos, horizontal. Lo fue por excelencia Juan Carlos Onetti, que vivió acostado sus doce últimos años, bajo la convicción de que todo lo importante en esta vida sucede en la cama. Su viuda, más prosaica, reveló después que lo hacía por pereza.

Es de imaginar que los terrores propios de la pandemia hayan fomentado ahora el encamamiento de mucha otra gente. No deja de ser una forma como otra cualquiera de ir adelantando el descanso eterno.

Mucho más proactivo, Kim Jong-Un ha seguido la línea de su padre y de su abuelo al confinar a toda la población de Corea del Norte, con los benéficos efectos que tal disposición parece haber traído a ese singular país en tiempos de pandemia.

Aquí andamos aún con tímidas clausuras perimetrales para cerrarle el paso al virus, pero lo cierto es que todos nos estamos volviendo un poco norcoreanos. Será por eso por lo que Kim aparece tan sonriente en las fotos, como diciendo que ya nos lo había dicho y solo ahora le hacemos caso. La vieja sabiduría oriental.

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