Galicia debe en buena parte su despegue de los últimos sesenta años a la implantación de la factoría de PSA y al desarrollo de toda la industria de componentes del motor que emergió al calor de la planta viguesa. Solo su actividad representa el 15% del PIB gallego. Para que la fábrica mantenga al máximo su potencial en el futuro y con ello asegurar su permanencia, es primordial e inexcusable, entre otros factores, reducir los costes y mejorar la calidad del suministro eléctrico. Por ello, el grupo automovilístico persiste desde hace años en la necesidad de una red de muy alta tensión que la abastezca. Solo eso debería bastar para no dilatar más la solución del problema, que ningún Gobierno ha sido capaz de ejecutar y que, para más inri, los ahora gobernantes parecen querer relegar indefinidamente. Ya está tardando la vicepresidente de Transición Ecológica, Teresa Ribera, en retractarse sino quiere retratar a todo el Gobierno. Otra vara de medir el compromiso con esta tierra. Es momento de rendir cuentas.

Para sorpresa y estupefacción de todos, el actual Ejecutivo no solo viene de renunciar a dar prioridad al enganche que urge la fábrica, sino que lo ha retirado incluso de la planificación de Red Eléctrica para el periodo 2021/26, pese a quedar pendiente del anterior sexenio. Es decir, ahora mismo, además de ni estar ya ni siquiera se le espera. Toda una tropelía que atenta contra la competitividad de la automoción gallega, puesto que Balaídos es la única planta de automóviles del país sin este servicio. Un portazo inadmisible cuando la economía atraviesa además peligrosísimas curvas. Y también un agravio intolerable, porque Vigo es la única ciudad de su tamaño sin este servicio así como la más industrializada.

La factoría de Balaídos, planta líder en la producción de coches en España y en general de todo el grupo Stellantis -el nuevo consorcio surgido de la fusión de PSA y Fiat Chrysler- lo es también en incidencias ocasionadas por la mala calidad de la conexión eléctrica que llega a Vigo. Su fortaleza es un pilar crucial de la economía gallega. La fábrica es la cabeza tractora de un sector que en Galicia emplea a más de 40.000 personas y genera un tercio de las exportaciones. Incluso en el fatídico año de irrupción de la pandemia y pese a haber permanecido dos meses parada en el primer confinamiento, la planta ha sido capaz de producir casi 500.000 coches, su segunda mejor marca histórica. En el ejercicio del coronavirus, de los ERTE y de la masiva destrucción de empleo, Stellantis-Vigo ha creado nuevos puestos de trabajo y ha permitido, entre otras cosas, que la comunidad se mantuviese por encima del umbral de los 20.000 millones de euros en exportaciones.

¿Cuál es el problema de la conexión eléctrica de Balaídos? Básicamente, la obsolescencia. Las mismas redes eléctricas que hace más de sesenta años supusieron un factor competitivo, junto con el recinto aduanero de Zona Franca, el potencial portuario y la presencia de una mano de obra cualificada, para que Citroën Hispania apostase por asentarse en Vigo y no en otras zonas de España como Navarra o Barcelona, constituyen hoy un grave problema para la competitividad y permanencia de la poderosa industria del automóvil en Galicia. Así lo ha advertido la propia multinacional que preside Carlos Tavares en uno de los pronunciamientos más contundentes que se recuerdan.

La planta de Vigo sufre cada año una media de sesenta huecos de tensión, microcortes apenas perceptibles para cualquier hogar pero que en una fábrica fuertemente automatizada como la de Balaídos representan horas y producción perdida. Estos huecos se generan cada vez que cae un rayo en el tendido eléctrico de 132 kilovoltios (kV) que abastece a la ciudad. Algo más frecuente de lo que pueda parecer, sobre todo en las estaciones de primavera y verano. Con cada hueco, el centro productivo tiene que volver a reprogramar autómatas y reiniciar equipos y talleres, cuando no subsanar averías de hardware que hay que sustituir.

El problema viene de lejos. De hecho, ya se sufría en las décadas de los ochenta y noventa del pasado siglo. No fue hasta 2013 cuando la entonces PSA, después de realizar varios estudios internos y externos, entre ellos con la Universidad de Vigo, pidió el auxilio a las administraciones para poner fin a este calvario. La solución estaba a apenas unos kilómetros: enganchar Balaídos con la red de Muy Alta Tensión (MAT) de 220 kV que atraviesa Porriño (la línea Atios-Pazos), una conexión que por su mayor potencia y configuración evitaría los huecos de tensión. Además de una mayor estabilidad energética a la planta y al resto de empresas de la ciudad, abarataría el precio de suministro que Stellantis había calculado en un millón de euros al año. La demanda se incluyó entonces en la Red Eléctrica de España (REE) para el sexenio 2015-2020 y el anterior Ejecutivo central se comprometió a ejecutarla, pero no pasó del papel.

Estamos ante una ocasión inaplazable para que el Gobierno asuma esta demanda unánime como propia y demuestre así su verdadero compromiso con el territorio

La demanda de la automoción gallega lo es de todos. Vigo es la única gran ciudad española de su tamaño que sigue recibiendo la electricidad con una tensión de 132 kV, suficiente por ahora para el consumo doméstico, pero insuficiente para su uso industrial -como se ha demostrado- y para el Vigo del futuro. Su acometida requiere, sin duda, de una inversión importante, del orden de los 70 millones, pero necesaria para el crecimiento de la mayor área poblacional e industrial de Galicia.

El problema, en este caso, es que el consumo eléctrico de Stellantis y el resto de industrias viguesas no alcanza los mínimos exigidos por la Administración para extender una red de Muy Alta Tensión. Para desbloquear el proyecto, el Gobierno debía aprobar su “excepcionalidad” como condición previa para su ejecución. Pero ni el anterior Ejecutivo ni ahora el actual tomaron la decisión a pesar de estar en juego el futuro de la primera fábrica de automóviles de España y de todo el Grupo Stellantis.

Lo más grave es que con su inacción, lo que nuestros gobernantes perpetúan es la verdadera anomalía que supone marginar la planta nacional más productiva y eficiente del sector con el lastre de un suministro de tercera división. Impensable e incomprensible si se tiene en cuenta el peso industrial de la mayor urbe gallega, con polígonos empresariales asentados desde su fachada marítima hasta el interior. Por eso sorprende todavía más el carpetazo dado ahora por la vicepresidenta de Transición Ecológica, cuando el propio alcalde gestionó hace un año la obra ante el nuevo Ejecutivo y Zona Franca llegó a mostrar su disposición a financiar la subestación de Balaídos que requería la conexión.

La reacción unánime no se ha hecho esperar. La propia factoría de Balaídos y la Xunta ya avanzaron que presentarán alegaciones a la nueva planificación de REE. El presidente gallego, Alberto Núñez Feijóo, reiteró la petición de Stellantis la pasada semana en Madrid directamente a la titular de Transición Ecológica, Teresa Ribera, sin más respuesta que un simple “lo estudiaremos”. La misma que dio en el Senado, sin compromisos ni ataduras de ningún tipo. Toda la Corporación municipal viguesa cerró filas en un pronunciamiento unánime para exigir al Gobierno la conexión de alta tensión que blinde la industria.

No se entiende que la primera fábrica de coches del país tenga una red eléctrica impropia de esa condición. Como tampoco se comprende que el Gobierno se desentienda de la demanda de la planta de Balaídos cuando paralelamente se vuelca para que Seat lance un nuevo coche eléctrico en Barcelona o para atraer un gran fabricante de baterías de litio en el hueco que dejará Nissan, también en Barcelona. Lo mismo que no entiende la dirección de Stellantis en París que Vigo deje de producir coches por una conexión eléctrica sexagenaria o que pague más por el precio de la energía que en el resto de sus fábricas.

¿A qué espera el Gobierno de España? La multinacional ha hablado alto y claro. La conexión actual les penaliza, la fábrica viguesa no es competitiva desde el punto de vista energético, y sin competitividad, las inversiones y la llegada de nuevos modelos -el grupo estudia una quinta furgoneta del espectro de marcas de Fiat Chrysler para Balaídos- no están asegurados. ¿Acaso la industria del automóvil catalana merece más apoyos que la gallega? ¿Acaso dotar de esa conexión al pulmón industrial de Vigo, para reforzar sus estructuras, modernizar el tejido productivo y alentar otras opciones no encaja dentro de una estrategia ganadora y del buen uso que debe darse a ese fabuloso maná de fondos europeos que está por repartir?

La automoción con todo su potencial y capacidad ha contribuido a convertir una región periférica como Galicia en uno de los polos del motor más importantes de Europa. Un referente de innovación, de creación de empleo y un revulsivo exportador incluso en plena crisis pandémica. La apuesta por una red de muy alta tensión ha de ser inequívoca. Comprometerse a ello es además hacer justicia para reparar, como decimos, una anomalía que no puede persistir por más tiempo sopena de que el daño resulte ya irreparable. Estamos ante una ocasión inaplazable para que el Gobierno asuma esta demanda unánime como propia y demuestre así su verdadero compromiso con el territorio. A ver cómo es capaz de arreglarlo sin que se resienta gravemente otra de las grandes industrias esenciales de nuestro territorio. No queda otro camino.