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Aquellos primeros cafés (1): el Méndez Núñez y La Perla

Pontevedra conoció a finales del siglo XIX los nuevos locales de elegante decoración y atención refinada, que nada tenían que ver con las vetustas tabernas

El Méndez Núñez en su segunda ubicación desde 1911 entre la calle de la Oliva y la plaza de la Peregrina. | // FARO

El Méndez Núñez (1880), la Perla (1887), el Español (1896) y el Moderno (1903), fueron los cafés pioneros que conocieron los pontevedreses, entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX. El Fornos abrió en Madrid en 1870, pero el más famoso de la Villa y Corte no fue otro que La Fontana de Oro, inmortalizado por Pérez Galdós. La expansión de los cafés resultó tan rápida qué en dos décadas, solo la madrileña Puerta del Sol ya sumaba catorce.

Los nuevos establecimientos nacieron en una doble modalidad de café-restaurante o café-cantante (también nominado café-concierto), conceptos totalmente inexistentes hasta entonces. Estos locales aportaron elegancia y sosiego, además de buena materia prima y servicio muy esmerado. En definitiva, todo lo contrario que sus parientes lejanas, las cafeterías que llegaron después, a mediados del siglo XX, y se caracterizaron por su ritmo infernal. La prisa de estas, en contraposición a la tranquilidad de aquellos.

Probablemente al Compostelano de Santiago, inaugurado en 1875, le cupo el honor de ser el primer café que hubo en Galicia. Su equivalente en Pontevedra fue el Méndez Núñez, promovido por Anselmo Martín, que abrió sus puertas en los Soportales frente a la plaza de la Herrería en 1880. El local, estrecho y alargado, estuvo ubicado en su primera etapa -tuvo tres consecutivas- a la altura de los dos arcos más elevados del primer tramo de los Soportales, que hoy enmarcan el destruido comercio de La Moda Ideal.

El trío formado por los maestros Salvador, Pintos y Cid, amenizó a diario sus primeras veladas con “delicadas piezas y voluptuosos bailes”. Pero lo cierto fue que el nuevo café no obtuvo la acogida esperada por su propietario; quizá porque se adelantó a su tiempo o porque sus precios no fueron baratos, y al año siguiente hizo mutis y echó el cierre. “Está visto que aquí aún no se perdió la costumbre de ir a la taberna”, escribió con pesar un cronista local.

Anselmo Martín se tomó su tiempo y pocos años después volvió a ponerse al frente del Méndez Núñez, asociado con José Iglesias. A partir de entonces, aquel café empezó a hacerse un nombre y a contar con una clientela cada vez más numerosa y fiel a su programación artística. Los mejores músicos locales pasaron allí diversas temporadas en la última década del siglo XIX: desde el trío formado por Serrano, Puga y Manzano, hasta el sexteto comandando por Benigno L. Sanmartín, pasando por el barítono Alejandro Torres, luego compañero de Víctor Mercadillo en incontables actuaciones.

También muy celebrada entre los pontevedreses resultó la instalación en 1890 de un potente arco voltaico sobre su fachada, que iluminó todo el entorno. Precisamente en la vecina plaza de la Herrería expandió su negocio Martín con la instalación de un kiosco proyectado en hierro fundido por la fábrica de Antonio Alemparte en Carril, al tiempo que el Méndez Núñez amplió su actividad con un depósito de vinos selectos para su venta directa al por mayor y menor. Allí despachó, por ejemplo, los caldos procedentes de la Quinta de Teanes que el opulento Alejandro Mon tenía en Salvaterra.

La huella impregnada por su propietario fue tan fuerte que en aquellos años el Méndez Núñez se convirtió en “el café de Martín” en la jerga popular. Y en los Soportales vivió sus primeros treinta años, hasta el 25 de febrero de 1911. Desde aquel día se trasladó al bajo de la casa de José Lino, esquina de la Oliva con la plaza de la Peregrina, donde luego vivió Castelao y su familia.

El Méndez Núñez tuvo en el Café de la Perla a su primer competidor en buena lid, inaugurado el 28 de noviembre de 1887 en la calle de la Oliva, cuando todavía se llamaba Elduayen.

Isidoro Fernández y su esposa Eulogia Piñeiro no regatearon esfuerzo ni dinero para convertir La Perla en el mejor local de su género en esta ciudad. Los grandes espejos en las paredes caracterizaron su elegante decoración interior, aportando sensación de mayor amplitud, en estudiado contraste con sus coquetos quinqués de luz universal en las mesas, así como una gran lámpara de cinco brazos en el centro. Y no faltó un afinado piano para la sala principal, así como dos mesas de billar en una zona más recogida.

La Perla adquirió una cafetera de marca para servir un buen café, y tres máquinas de fabricar helados, un producto que hizo las delicias de su clientela. Igualmente despachó la exquisita cerveza Santa Bárbara, aperitivos, vinos y licores de las mejores marcas, así como horchata propia.

Su programación musical también estuvo muy cuidada y por su coqueto escenario pasaron un sinfín de artistas: tiples reconocidas como Genoveva Rodríguez, Sira o Isabel Mantilla; pianistas de referencia durante largas temporadas como Casas y Munain; el mentado barítono Alejandro Torres, ventrílocuos como Picó y Sor Aragrez con sus figuras mecánicas de tamaño natural; los Hermanos Brettos conocidos como “los negros blancos” por su carácter burlesco; amén del omnipresente Isidro Puga y su cuarteto, que incluso ofreció conciertos los domingos desde las tres de la tarde.

El devenir de La Perla se vio muy pronto condicionado por la enfermedad de doña Eulogia, que causó una fuerte desazón en su esposo, ambos muy unidos. A mediados de 1894, don Isidoro tomó una trascendente decisión, quizá motivada por el traslado de su hogar a Vigo: compró el café Colón (luego Imperial) de aquella ciudad, al tiempo que anunció la venta o el arriendo de La Perla, por no encontrarse con fuerzas para gerenciar ambos locales.

Por las razones que fueran, Isidoro Fernández no encontró comprador ni arrendatario para La Perla. De modo que el café siguió funcionando a pleno rendimiento durante los cuatro años siguientes con una programación más atractiva que el Méndez Núñez por la categoría de los artistas contratados, hasta que llegó el esperado fallecimiento de Eulogia Piñeiro en 1898.

Ya sin ánimo para nada, el propietario también anunció el traspaso del café Imperial, ubicado en Policarpo Sanz, sin descartar la admisión de un socio. Sin embargo, don Isidoro falleció en 1901 sin traspasar ni cerrar La Perla. Dos décadas más tarde, allí mismo nació el legendario Kursaal Galicia, el café-concierto más golfo y atrevido de su tiempo en Pontevedra.

El aliciente del billar

“Café y billar de Méndez Núñez”. Este fue el matiz que introdujo el nuevo propietario cuando Anselmo Martín tiró la toalla y formalizó su traspaso a José María Rodríguez: cambiar los conciertos por las carambolas. Entonces el billar hizo afición y estuvo muy presente en todas las sociedades recreativas. José María Rodríguez sabía muy bien lo que hacía, puesto que no era ningún principiante en el negocio. Entonces ya regentaba los cafés con la misma denominación en A Coruña, Lugo y Ourense. Y poco después sumó Vigo a Pontevedra. Todo un emporio hostelero en Galicia a finales del siglo XIX. Cuando reabrió el Méndez Núñez en verano de 1881, además del juego del billar anunció profusamente una rebaja sustancial sobre sus precios anteriores. A partir de entonces, las tarifas fijadas para todas sus consumiciones oscilaron entre 1 y 2,5 reales. El café, el té, la limonada y la zarza, pasaron a costar un real, igual que la copa de coñac, ginebra o anís. A 1,50, los refrescos de naranja, limón, fresa, grosella o frambuesa. A 2, los aguardientes y las cremas de licores. Y a 2,5 reales, el chocolate o el café con una tostada, así como los licores más caros.

El éxito del guiñol

Entre concierto y concierto, Isidoro Fernández introdujo a finales de 1898 una programación sorprendente en su Café de la Perla: la actuación de la compañía Guignol de teatro de títeres y marionetas para adultos. Aquel cambio tuvo una excelente acogida en aquella Pontevedra de finales del siglo XIX. La compañía debutó el 11 de noviembre con tres representaciones de otras tantas obritas teatrales que puso en escena a las nueve, a las diez y a las once de la noche: “Una inglesa”, “Un mozo cruo” e “Interrogantes”, respectivamente, todas de carácter burlesco, moralizante o alegórico. Ese mismo esquema repitió en días sucesivos durante el mes y medio que la compañía permaneció en cartel, aunque variando continuamente el programa de sus actuaciones. Su repertorio era considerable: “Un necio presuntuoso” “Considerando”, “La isla de la cuchufleta”, “¡Fuego! ¡Ladrones!”, “La boda del señor Salchicha”, “El santo de la Genara” y un largo etcétera. Su éxito fue tan grande que, a petición del público, el Café de la Perla programó unas funciones extras los domingos en horario de tarde para facilitar la asistencia de familias completas.

El embajador inglés

Maurice de Bunsen resultó, sin duda, la personalidad europea más destacada que pasó por esta ciudad en el año 1909. Aquel embajador de Inglaterra en España no era un diplomático cualquiera, sino que atesoraba entonces un importante bagaje hasta su llegagada a Madrid en 1906. Buena muestra de su relevancia política fueron las visitas que realizó durante su estancia en esta ciudad, siempre acompañado por su esposa, una reconocida pintora. Los Bunsen acudieron sucesivamente al Castillo de Mos para ver al marqués de la Vega de Armijo, al pazo de Lourizán para cumplimentar a Eugenio Montero Ríos, a la Caeyra para charlar con el marqués de Riestra y, finalmente, al balneario de Monteporreiro para saludar a Casimiro Gómez. Y entre visita y visita, Maurice y su mujer acudieron una noche a conocer el café Méndez Núñez, donde Anselmo Martín se deshizo en atenciones. Poco antes de su marcha, el propietario ordenó la interpretación del himno inglés en su honor, gesto que el matrimonio agradeció puesto en pie con un aguerrido cántico y la mano en el corazón, ante la complacencia de los asistentes, según contaron las crónicas periodísticas.

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