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Joaquín Rábago.

360 grados

Joaquín Rábago

Cuando la izquierda se olvida de la cuestión social

La izquierda tiene hoy un problema y está relacionado con su olvido muchas veces de la cuestión social en beneficio de otras cuestiones que llamamos “identitarias”.

No debe extrañar que muchos desengañados por esa deriva hayan cambiado muchas veces el sentido de su voto y, como ocurre, por ejemplo, en Francia, elijan incluso a partidos de extrema derecha.

Ésa es la advertencia que hace la política y economista alemana Sahra Wagenknecht en su nuevo libro “Die Selbstgerechten” (“Los autocomplacientes"), en el que critica a las elites liberales de izquierda.

Wagenknecht, esposa del ex dirigente socialdemócrata Oskar Lafontaine, quien abandonó en su día el SPD por discrepancias con el entonces canciller Gerhard Schroeder, es diputada del partido Die Linke (la Izquierda), de cuyo consejo de dirección ha formado también parte.

Critica Wagenknecht a esa nueva izquierda de profesionales urbanos que defiende el cosmopolitismo, la modernidad y la ecología frente al provincianismo, el racismo, el sexismo o la homofobia que detectan muchas veces en el seno de las clases trabajadoras.

El resultado lo hemos visto, por ejemplo, en EE UU con la elección de Donald Trump por millones de familias víctimas de un proceso de desindustrialización que ése atribuyó a las deslocalizaciones de empresas a países de mano de obra más barata y no a la injusticia inherente al sistema económico.

Familias que abandonaron al Partido Demócrata al que habían votado siempre antes, pero al que acusan ahora de haberse ocupado más de las nuevas política identitarias que de la suerte de los perdedores de la globalización.

La cuestión social se ha subordinado así a problemas que se antojan de pronto más importantes que el antagonismo de clases, como son los que se refieren a la emancipación o la discriminación de ciertas minorías.

“Siguiendo esa lógica, escribe la autora, a un trabajador de correos que gana 1.000 euros al mes y que todas las noches tiene que medicarse porque no aguanta el dolor se le considera un privilegiado frente a la hija de una familia de médicos inmigrada de la India o al hijo homosexual de un alto funcionario que ha terminado un semestre de universidad en EE UU”.

Se trata evidentemente de una caricatura y podrían encontrarse otros ejemplos de lo que la autora quiere expresar, pero sirven al menos para poner el dedo en la llaga: la izquierda a la que se refiere Wagenknecht dirige su foco de atención hacia quienquiera que se dice objeto de discriminación, con olvido de millones a los que el sistema ha dejado atrás.

Las ideas antidiscriminatorias defendidas por esa nueva izquierda liberal que denuncia Wagenknecht son perfectamente aceptables para cualquier empresa moderna capitalista.

Más difícil que encontrar a un homosexual en el Bundestag -de hecho los hay también en el mismo Gobierno de Berlín y en la dirección de distintos partidos- es encontrar allí, como antes, a un miembro de la clase obrera.

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Esta no tiene efectivamente el menor problema para elevar al consejo de dirección a una mujer, a un homosexual o cualquier otro miembro de una minoría porque difícilmente van a poner en cuestión el sistema, que es lo que importa.

Lo mismo ocurre en política: más difícil que encontrar a un homosexual en el Bundestag -de hecho los hay también en el mismo Gobierno de Berlín y en la dirección de distintos partidos- es encontrar allí, como antes, a un miembro de la clase obrera.

Wagenknecht no deja duda alguna de su oposición a cualquier tipo de intolerancia como puede ser el racismo o la homofobia, pero explica que ningún interés común une a los hijos de inmigrantes musulmanes, a homosexuales o a feministas, más allá de su rechazo de las discriminaciones de que cada uno es objeto.

Las políticas de identidad crean una pseudo-cohesión de pequeños grupos de individuos que se sienten discriminados por su condición sexual o pertenencia a un grupo étnico mientras torpedean la cohesión del conjunto de la sociedad.

Sin ser euroescéptica, Wagenknecht argumenta a favor del fortalecimiento del Estado nacional porque cree que sólo éste puede llevar a cabo las tareas de redistribución que terminarán redundando en una mayor justicia social.

Al mismo tiempo está en contra de una política inmigratoria demasiado laxa porque, además de fomentar la xenofobia, suponen una pérdida duradera para los países de origen que pierden a los más capaces y emprendedores, los únicos que podrían ayudar a cambiar allí las cosas.

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