Cuando, pasados muchos años, alguien quiera condensar en una imagen este tiempo aciago que hemos, estamos viviendo, esta pandemia que nos asola, que nos sigue asolando, seguramente tomará como referencia icónica la mascarilla. La mascarilla es el símbolo de este tiempo, tiene toda la carga emocional que deben tener los emblemas, que siempre expresan mucho más de lo que a simple vista dicen. Detrás de la mascarilla hay una cara, pero con la mascarilla casi todas las caras parecen la misma. Este ha sido, es, el tiempo de los rostros uniformadas por el miedo.

Ahora, por fin, parece que es inminente el acuerdo entre el Gobierno y las comunidades autónomas para decretar el fin del uso de las mascarillas, al menos en la calle, en los espacios abiertos. Y siente uno, de repente, un cierto modo de esperanza y alivio, porque todo aparenta que vuelve a ser como era. Es lo que tienen los símbolos, que también en su ausencia hablan.

Ahora, por fin, parece que es inminente el acuerdo para decretar el fin del uso de las mascarillas

Sin embargo, algunas voces se han alzado contra esto, diciendo que acaso sea demasiado pronto, no solo por la posibilidad de una quinta o sexta ola, sino porque al desaparecer el símbolo varía el mensaje, y se producirá una natural tendencia a creer que todo ha pasado aunque, en realidad, aún no ha pasado y dista mucho de que pase. Aún tendremos miedo algún tiempo, porque falta mucho para que estemos todos inmunizados y el riesgo de repunte está ahí, presente, y la mascarilla sirve para recordárnoslo por más que nos pese, al margen de la amenaza que suponen las nuevas variantes del virus, como la india, ahora denominada ‘delta’, de las que aún no sabemos demasiado.

Pero el Gobierno parece dispuesto a pasar por encima de estas opiniones y decretar en breve el fin del uso del cubrebocas en la calle, siguiendo el ejemplo de Francia y otros países de nuestro entorno. De modo que volveremos a ir, muy pronto, sin mascarilla, solo ya con la máscara con la que nos protegemos de los demás y de nosotros mismos.

¿Cómo será volver a ir a cara descubierta, en el hipotético caso de que lo hayamos hecho alguna vez? Hace no mucho un querido amigo me confesaba que si se mira al espejo con atención, haciendo un ejercicio de introspección, acaba viendo un monstruo. Es lo mismo que contaba Óscar Wilde en “El retrato de Dorian Grey”. Se trata, sencillamente, de esa necesidad que tenemos de ocultar nuestro verdadero rostro hasta de nosotros mismos, no vaya a ser que lo que veamos nos resulte insoportable.