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Ana Cuña

Mi ictus, a los 37 años: "Estaba bien de salud, hacía deporte, llevaba una alimentación sana y tenía un niño de dos añitos"

Ana Cuña.

Corría el año 2018 y yo tenía por aquel entonces 37 primaveras. Estaba bien de salud, hacía deporte, llevaba una alimentación sana (gracias a mi madre), y tenía un niño de dos añitos. Nada hacía presagiar que el 15 de diciembre ingresaría de urgencia en el hospital.

Me llamo Ana, soy periodista, y hace casi tres años sufrí un ictus que me cambiaría la vida por completo.

Recuerdo aquel día como si fuera hoy. La noche anterior me encontraba mal, pero creí, ilusa de mí, que era una simple gripe y que al día siguiente me encontraría mejor. Cuál fue mi sorpresa cuando, al intentar levantarme de la cama, no podía mantenerme en pie y mucho menos caminar y ¡hasta veía doble! Con la ayuda de mi marido me incorporé, pero para tumbarme en el sofá y avisar a mis padres. Aquello no era normal. Pronto llegaron a mi casa y al verme se asustaron tanto que decidieron llamar a una ambulancia. Las horas siguientes las recuerdo poco. Solo quería dormir. Solo sé que estuve muchas horas en urgencias y que me hicieron muchas pruebas hasta que un TAC y una resonancia confirmaron el fatídico episodio: había sufrido un ictus en la zona del cerebelo. Tras el jarro de agua fría para mí y mi familia, me dejaron ingresada. Fueron muchos días de lucha interna hasta que por fin me dieron el alta. Después llegaría la rehabilitación. El infarto cerebral me había afectado al lado izquierdo de mi cuerpo, a la vista y, sorprendentemente, a la sensibilidad del lado derecho: no podía diferenciar el frío del calor.

El doctor Herreros fue mi ángel. Él me cuidó como nadie y a él le debo poder escribir hoy estas líneas. A él y a todo su equipo del hospital Álvaro Cunqueiro. A tod@s vosotr@s gracias por devolverme a la vida. Os llevo en mi corazón.

A lo largo de muchos meses tuve que enfrentarme a interminables sesiones de rehabilitación y terapia ocupacional. Juan Carlos fue el que me enseñó a caminar de nuevo. Ana era mi terapeuta ocupacional. Con ella ejercitaba mi mano izquierda para poder valerme por mí misma. Hasta que lo logré, eran mi marido y mis padres los que me vestían, me duchaban… Mi hijo tuvo que “emanciparse” anticipadamente e irse a vivir con los abuelos. Yo no podía ocuparme de nadie. Debía centrarme en mí. Sacar fuerzas de flaqueza y retomar lo antes posible mi vida.

Hoy se celebra el día mundial del ictus. Y, aunque no creo que sea ejemplo de nada, sí me gustaría decirle a todos los que estén pasando o hayan pasado por esta enfermedad, que busquen en lo más profundo de su ser y saquen fuerzas de donde parece no haberlas. En mi caso fue mi familia la que me ayudó a pelear con uñas y dientes. Tampoco me olvido de San Enrique, mi segundo padre, y de todos los que me ayudaron a levantarme entonces y me siguen ayudando a caminar. Sin prisa, pero sin pausa.

Hoy en día he aprendido a convivir con las secuelas de esta maldita enfermedad. Las disimulo muy bien, y así quiero que siga siendo. Nunca me ha gustado dar lástima.

Si algo he aprendido a lo largo de estos años es que la detección temprana es muy importante. Yo tardé mucho en ir al hospital. De ahí las secuelas. Pero también es cierto que esta enfermedad me ayudó a valorar las pequeñas cosas y a saber que no hay nada imposible si no lo intentas. Los límites los pones tú.

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