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Daniel Capó FdV

tribuna

Daniel Capó

Una crisis tras otra

El declive de nuestra clase política augura un futuro sombrío para España

Cuando Pedro Sánchez llegó al Gobierno de España en 2018 –pronto se cumplirán ya cuatro años–, cabía hacer una lectura esperanzada del cambio. Las heridas de 2017 permanecían aún abiertas y los límites del inmovilismo se hacían evidentes. Una incipiente recuperación económica estaba en marcha, pero la parálisis reformista seguía lastrando la vida española. Mariano Rajoy, llevado por su instintiva prudencia, prefería dejar pasar los problemas, confiando –a menudo con razón– en que el tiempo acaba resolviendo casi todas nuestras inquietudes.

Sin embargo, hay épocas que necesitan respuestas proactivas. La labor de zapa contra los logros de la Transición había avanzado lo suficiente como para que su descrédito se hubiera instalado en la sociedad de una forma significativa. El déficit de comunicación política que sufría La Moncloa se solapaba con un periodo eminentemente político a todos los niveles. La excesiva moralización de la realidad –una virtud que fácilmente se convierte en vicio si se lleva al extremo– dificultaba el diálogo entre las partes, mientras la cultura de lo común se difuminaba bajo la niebla de la incomprensión mutua. Sánchez llegó al poder apoyándose en un pacto antinatura que, en aquel momento, no lo parecía tanto porque las circunstancias eran distintas y también porque el nuevo presidente había prometido convocar elecciones casi de inmediato. No fue exactamente así, aunque eso importa ahora relativamente poco. El primer Gobierno de Sánchez resultó sorprendente y, hay que decirlo, original: una curiosa mezcla de audacia, apertura a la sociedad civil y marcada especialización. Daba la sensación de ser un Ejecutivo meditado desde hacía tiempo, lo que abría una esperanza de consensos más amplios que permitiesen a los españoles mirar hacia al futuro. Muy pronto, sin embargo, esta ilusión quedó defraudada. La ausencia de una estrategia a nivel nacional representa uno de los grandes males de España, al menos durante estas dos últimas décadas. Sin un plan de futuro, sin luces largas ni visión a largo plazo, los daños de la política se multiplican sin remedio.

“Sin ciencia ni tecnología, sin enseñanza competitiva, el país se convertirá en una especie de protectorado internacional”

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Lo que tenemos ahora es otra cosa y no necesariamente mejor. La llegada de la pandemia hizo estallar la recuperación económica y obligó a poner en marcha uno de los programas de inversión pública más ambiciosos de la historia. Europa llegó al rescate, forzada por la necesidad; no solo a causa del COVID, sino también como consecuencia de las décadas de aletargamiento burocrático, científico y económico. Se ha dicho que la gran esperanza europea pasa por la transición ecológica, aunque no sería la primera vez que en estos desafíos Europa empieza en las mejores posiciones para terminar siendo la última de las grandes potencias. Pero, ¿y España qué? ¿Dónde se sitúan nuestros objetivos? ¿Qué plan dirige nuestras reformas? ¿Cómo las juzgamos? Porque no todo puede reducirse a la guerra cultural. Mientras nuestros jóvenes con más formación emigran buscando labrarse un futuro mejor allende nuestras fronteras, el deterioro en la calidad de vida de las clases medias españolas se acentúa, arrastrado por la falta de trabajo, los sueldos bajos y la especulación sobre la vivienda. Sin ciencia ni tecnología, sin una enseñanza competitiva a nivel global, con unos mercados poco flexibles y bajo los efectos de la deslocalización industrial, España se irá convirtiendo cada vez más en una especie de protectorado internacional, con escaso margen de maniobra a la hora de tomar decisiones y dirigir su futuro.

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