Opinión
El Mal
Don Silvino, uno del edificio, es exorcista. Menudo curro, eso de estar en guardia, noche y día, para alejar al Diablo. ¡Vaya tela! De hecho hoy me advirtió muy serio: “Satán te posee en un descuido, sin reparar en ello te encuentras hablando al revés y ya estás perdido”. Para protegerme, me entregó una estampita con una oración que espanta el mal y luego desapareció. No le envidio la profesión, pues esa congoja interminable de que algo perverso nos suceda debe ser extenuante.
Otra profesión achuchada es la de fabricante de armas. Siempre buscando ese gobierno al que convencer de que el vecino lo quiere atacar. Es que hoy en día, si no es malmetiendo, ¿de dónde sacas un conflicto duradero? Y no, no sirve un enfrentamiento perdido en el África subsahariana que allí con unos cuantos kalashnikovs arreglas. Importa que sean buenos clientes y vendiendo rifles no tienes ni pa’pipas. La pasta de verdad se hace con una guerra mundial. Bien gorda, implicando a muchos países y de los potentados. Esos que pueden permitirse tanques, aviones, misiles, armamento pesado, mucha logística y apurando un poco hasta te encargan algunos submarinos o un portaaviones nuclear. Tampoco sirve lo de Siria, mucho menos lo de Palestina, porque salta a la vista que Hamás..., en fin, quizás les despaches algunos cohetes, no más.
Pues así estaban los contratistas de defensa, atribulados y desesperados, al menos hasta que se complicó lo de Ucrania. Porque si construir un caza lleva –como poco– cuarenta meses, es una burrada ponerse a producirlo a pleno rendimiento si no tienes garantizada la continuidad del lío. Por eso, ahora que estamos bien enfangados, tercer año desde la invasión rusa y sin apoyos decididos para un alto el fuego o una propuesta de paz, es el momento de imprimirle ritmo a la máquina de las bombas y citar frases de Von Clausewitz que despierten el ardor guerrero. Ahora sí. Lo siguiente será que algunos países europeos desplieguen instructores en el campo de batalla. Un bonito eufemismo para “equipos de élite”, la fórmula empleada durante la guerra de Vietnam como paso previo al envío de voluntarios, que no serán soldados, sólo personas armadas y con entrenamiento militar. Como la situación empeorará, llegará el momento en que se mandarán tropas regulares. Al final se acabará reclutando a chavales con ganas de descubrir mundo a quienes se les omitirá eso de que en la guerra se muere. Volverá el servicio militar obligatorio y hasta que se detenga la sangría caerán millones de ellos, como moscas, en ambos bandos… Es que va a tener razón Don Silvino y su estampita: “Arcángel San Miguel, sé nuestro amparo contra la perversidad”.
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