Opinión | El trasluz

Euforia y depresión

Al taxista le fue ayer mal, pero hoy le está yendo bien. Me dice que unos días se equilibran con otros y que lo que has de tener en cuenta es la media.

–Y ni siquiera la media mensual –añade–, sino la anual, porque también hay meses malos y meses buenos.

Permanecemos unos instantes en silencio, dándole vueltas ambos al asunto de la media. Al poco, vuelve a hablar él:

–Así deberíamos calcular también la felicidad: por la media. Las buenas noticias compensan a las malas y los nacimientos a las muertes.

El hombre conduce de manera pausada, igual que habla. Envidio su serenidad y se lo digo. Me responde que no siempre se levanta con el mismo estado de ánimo.

–Hay jornadas de trabajo –confiesa– en las que me subo por las paredes. Hoy he amanecido en paz conmigo y con el mundo. He salido de la cama despacio, me he duchado despacio, he desayunado despacio…

–Lo importante –le interrumpo con un punto de ironía– es la media entre los nervios y la tranquilidad.

–O entre la depresión y la euforia –dice él–. Yo, hace años, estaba todo el tiempo eufórico. Luego me vino una depresión del carajo, casi me suicido. Empecé a tratarme y ahora estoy estable, unos días mejor y otros peor, pero, estadísticamente hablando, al final del año la media entre los días buenos y los malos resulta aceptable.

Me pregunto si hablo con un cuerdo o con un loco. En todo caso, la media que ha logrado alcanzar entre la locura y la cordura no está mal. En esto, suena el móvil del conductor y lo descuelga utilizando el manos libres. Es su mujer, dice que se va corriendo al hospital porque acaban de ingresar a su padre. Cuando cuelga, me mira por el retrovisor:

–Ayer, en cambio, dieron de alta a mi madre –dice–. Una cosa por otra.

Llego a la reunión de trabajo con un espíritu conciliador que dura poco porque las intervenciones agresivas superan a las moderadas. Vuelvo a casa de mal humor, cagándome en el tráfico, que está insoportable, y añorando una media aceptable entre la realidad y mis deseos.