Opinión | Con lo bien que iba todo

Santiago Romero

Futuro imperfecto

Entonces, como el sol estaba sobre Virgo aquel 5 de septiembre, soy metódico, aplicado, perfeccionista, reservado, paciente, convencional y tierno. Un encanto, a pesar de que algunos allegados sostienen que no hay quien me aguante. No sé a qué hora nací, y no he podido calcular por tanto mi ascendente; a veces me comporto como un perfecto Virgo con ascendente en Leo y otras sin embargo no puedo quitar la razón a mi mujer cuando me espeta –al no haber recogido la cocina o llevar la camisa por fuera– que parezco ascendente Piscis.

La astrología es una ciencia cuyo principal mérito es haber conseguido que más de mil personas la consideren como tal a pesar de distar del método científico lo que Sagitario de Géminis, medido en años luz. Pero tiene otras virtudes destacables. Amaneces un martes y ojeas, mientras desayunas, lo que te deparan los astros. Alguien al cargo ha pasado la noche con el ojo en el telescopio, un boli y un cuadernito de espiral, apuntando cuidadosamente lo que te pasará ese miércoles de mierda en diferentes aspectos de la vida.

Trabajo: se prevé un ascenso, del sótano donde currabas, a la calle, un piso.

Amor: ni bien ni mal, nada.

Salud: gracias.

Dinero: ni está, ni se le espera.

Por lo demás, bien.

Pero no te preocupes, porque todo parece indicar que en una semana se alinearán los planetas y las cosas irán necesariamente a mejor, porque a peor no pueden ir.

Como el reloj parado que da la hora buena dos veces al día, el horóscopo acierta cuando no se equivoca, y con esa habilidad para decir una cosa y su contraria satisface como mínimo al que se ocupa de escribirlo, que con sus apuntillos astrológicos complementa la nómina. Se me hace un poco cuesta arriba pensar que hoy se me pasará el dolor de espalda porque Acuario y Cáncer han coincidido en el ambigú interestelar, o que cerraremos esa venta porque Aries se lo ha susurrado al oído al cliente.

Pronostico buenos ratos para quien disfrute leyendo las estrellas, pero a mí que no me esperen.

En mi última interpretación astral divisaban luz al final del túnel, pero –una vez más– era un tren que venía de frente.

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