A la vista de las perspectivas de reflote, el portacontenedores varado en el Canal de Suez bien podría llamarse “Ever Grounded” (‘encayado sine die’) en lugar de “Ever Given”.

Si bien no es frecuente que el tráfico marítimo quede bloqueado en el canal, pues el país anfitrión tiene gran interés en que cuantos más buques mejor transiten por él y abonen en divisas las preceptivas tasas, no es la primera vez que ocurre.

Aunque por motivos harto diferentes, en una ocasión una flota quedó atrapada en el canal durante más de ocho años tras declararse la Guerra de los Seis Días entre Egipto e Israel en 1967. El Gobierno egipcio cerró el cauce bloqueándolo a ambos lados con minas y barcos hundidos mientras 15 buques internacionales estaban amarrados en el punto medio del canal, el Gran Lago Amargo. Permanecerían allí hasta 1975, ganándose el apodo de “flota amarilla” por la arena del desierto que adornaba sus cubiertas.

No deben de estar hoy muy ufanos los armadores de los 150 barcos que esperan en la zona a que se retome la navegación, ni los directores de las fábricas que aguardan las piezas y suministros que viajan a bordo de ellos. Hasta el precio del petróleo ha subido un 5% a causa de la perturbación. Y es que, nos guste o no, nuestro modo de vida es absolutamente dependiente de productores ubicados en distantes latitudes que fabrican lo mismo que podríamos manufacturar a la vuelta de la esquina. ¿Es este el único modelo comercial posible? Por supuesto que no. ¿El que más nos conviene? Pregúntele a un niño; los adultos acabamos creyéndonos nuestras propias mentiras.