Publicaba el pasado domingo día 16 este periódico, una interesante entrevista con Manuela Carmena donde, entre otras reflexiones, apuntaba a que el virus de la democracia era el “enfrentamiento irracional” y que a la política hay que ir a resolver problemas siendo conscientes de que quien va es porque quiere y que hablar de sacrificios sobra.

Habla también del distanciamiento de los partidos de quienes les votan y los sostienen.

En efecto, la Sra. Carmena da en el clavo en sus apreciaciones, que comparto en gran medida y siguiendo un orden a día de hoy muy vigente, veremos que, en general, los partidos se han convertido en ensamblajes de acceso al poder a cualquier precio, dando una penosa imagen de confrontación a la ciudadanía, en agencias de colocación de militantes a veces muy poco cualificados y en máquinas de tergiversar y contar milongas, cuando no mentiras, en vísperas electorales.

Desde un prisma muy personal, la decadencia en las figuras políticas desde la Transición con evidentes carencias de liderazgo, la corrupción sistémica que ha alcanzado incluso a la Jefatura del Estado, los aforamientos como blindaje del filibusterismo de algunos/as señorías y la no independencia del Poder Judicial, forman parte de la corona de ese virus al que alude la Sra. Carmena y que amenaza con la emergencia de populismos de ambos signos. Porque, además de la extrema derecha, la extrema izquierda y el nacionalismo radical han puesto en cuestión el legado de la Transición, la integridad territorial del Estado y los más elementales principios democráticos con el frustrado intento de golpe de Estado en Cataluña.

Ese distanciamiento entre partidos y ciudadanos se escenifica a diario y la clase política se va situando cada vez más en órbitas diferentes y la acentúa la falta de líderes de nivel, capaces de anteponer España como concepto y lugar de convivencia entre distintas sensibilidades, a sus propios intereses.

Un o una gran líder tiene como función primordial conseguir un escenario de confluencia, de pacto, de consenso, de construcción de los grandes ejes que conforman la vertebración de un país sin los cuales el estado de bienestar es una entelequia. Cuanto mayor sea el grado de interlocución serena y respetuosa y menor la capacidad de abrir frentes innecesarios y conflictos superados por el tiempo y la reconciliación, mejor se educaran las nuevas generaciones.

Si puede servir de ejemplo práctico, el pacto conseguido por la vicepresidenta Yolanda Díaz, juntando a trabajadores y empresarios y consensuando la “reforma laboral”, es una muestra de saber hacer política y de tener visión de la jugada. La posición de los Srs. Casado y Egea es el claro ejemplo de carencia de metodología y de una preocupante sensación de impaciencia por alcanzar el objetivo de la Moncloa a costa de cargarse un consenso imprescindible para la recuperación económica.