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El poder femenino que pudo con la posguerra y superó el COVID

María Barja y Carmen Gómez crecieron con una España rota, emigraron para trabajar y superaron el virus con 70 y 89 años

María Barja, Carmen Gómez y la directora de la Residencia de Divino Maestro, Mónica Pereira. | // IÑAKI OSORIO

“Antes no podías hablar de muchas cosas, porque estaba prohibido e ibas a la cárcel, no es como ahora”, dice María Barja (70 años). Mañana se celebra el 8-M y ellas orgullosas de que la mujer reivindique su papel en la sociedad, aunque ellas ya luchaban por el feminismo cuando ser mujer, todavía era secundario. Carmen Gómez (89 años) señala que “antes no teníamos un día para reivindicar nuestro trabajo, pero eso es fruto de todas las mujeres que lucharon y que siguen luchando”.

María se contagió de COVID y estuvo ingresada: "Jugué con la muerte, estuve muy mal, pero volví”

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Son dos miradas uniformes que hablan de posguerra, emigración, de morriña, de regreso al hogar, de trabajo y de una pandemia que les ha tocado vivir en primera persona. María casi no lo cuenta. “Cogí el COVID, hace ahora justo un año, y me bajaron para el hospital allí estuve cuatro semanas ingresada y esta gente (señala a la directora y a dos gerocultoras) no me contaban, jugué con la muerte, estuve muy mal, pero volví”, rememora.

La directora del geriátrico, Divino Maestro, Mónica Pereira se sienta en el apoyabrazos de un banco de madera, mientras abraza a Carmen. El calor humano se dilata en los geriátricos. La directora asevera con una confirmación con la cabeza, que lo vivido con María fue de otra intensidad.

María (izquierda) y Carmen (derecha, junto a la directora del centro Mónica Pereira. //IÑAKI OSORIO

Carmen se queda al margen y permanece en silencio. Aprovecha los cuchicheos con Mónica para reírse. Su vida también habla de superación y de un virus que ni la amedrentó ni se sintió atemoriza. “Dije que, y qué le voy a hacer, lo tengo que pasar, no tenía miedo por mí, pero sí por otras personas que estaban aquí y al final lo pasé y aquí estamos”, acaba con una sonrisa.

María y Carmen forman un cóctel de experiencia y alegría, de anécdotas y felicidad y expresan en todo momento su bienestar en el geriátrico de Divino Maestro, donde eligen a sus cuidadoras. “Nosotras estamos encantadas, todas son muy buenas, pero porque las escogemos. Nosotras con verlas dos veces ya sabemos como son, lo sabemos bien”. La carcajada de las geroculturas confirma que hay casting.

La mano de Carmen mientras habla sobre su vida. //IÑAKI OSORIO

Fue un año de sentimientos encontrados, de despedidas que no tocaban, de dolores inesperados, de más problemas de salud, de sufrimiento personal, pero también de deseo por vivir. Con la vacunación y la inmunización, la felicidad dejó atrás la apatía y la incertidumbre. “Sí ya estamos vacunadas, yo ya dije pronto, pronto (hace un gesto con las manos, indicando rapidez), y no puse pega ninguna. Además la primera no me dolió, pero con la segunda sí que estuve algo mal”, dice María.

Carmen: "Cuando nos pusieron la vacuna, me dieron ganas de bailar"

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Carmen se señala el brazo y dice que “fue una alegría muy grande, a ver cómo evoluciona, pero cuando nos la pusieron me dieron ganas de bailar”. Ella dice que la mente se va desgastando y que no se acuerda de muchas cosas que le gustaría. Pero de lo que sí recapitula es que ella no tiene la edad que marca su DNI: “Yo a los 80, ya dije que no contaba más cumpleaños, a que sí Mónica, tengo 80 años”.

La directora se ríe y le corrige: “Vas a cumplir 90”. La cara de sorpresa de Carmen hace reír a María y a las geroculturas que las escuchan. Carmen remarca “Ves lo que te dije 80”.

María ganchilla y se conserva activa para abrigar al personal del centro: “Hice unos gorros y unas bufandas para todos, trabajé más de veinte años en Alemania, y ahora sigo trabajando. Claro no hay que parar y vamos a montar una tienda con las cosas que hago”, dice entre risas, señalando la ubicación. Carmen prefiere bailar. Cuando suena la música se levanta y sus pasos de bachata no se los quita nadie.

La mano de Carmen y Mónica durante la charla. //IÑAKI OSORIO

Mañana se levantarán con la misma energía y con la mirada puesta en el Día de la Mujer. Sin embargo, el 10 de marzo, María cumplirá 71 años. “Aquí siempre se hacen fiestas, si quieres venir estás invitado. Vamos a ver si doy soplado 71 velas, está por ver eh... 71 velas é moito, son moitas velas”.

Su mirada habla de alegría, su mente de experiencia y de emigración a Alemania, como la de Carmen que se fue a Venezuela durante los años en los que España estaba rota y recomponiéndose. Ahora se sientan a esperar, a que pasen las horas de la vida, pero lo hacen con un deseo: “Pedimos salud, ahora ya no podemos pedir más, salud y que la cabeza nos esté bien”.

Carmen, es bisabuela y desea abrazar al pequeño recién nacido. Extraña su pueblo Orille (Verea) y arremete contra la soledad: “Es algo que no me gusta y aquí me siento bien, arropada”. Por su parte, María no espera nada por su cumpleaños. Una tarta servirá de preámbulo de una fiesta donde estarán juntas y con todos sus compañeros. Porque la pandemia enseñó lo importante que es hablar y también lo esencial que es el cariño. Durante toda la entrevista, Mónica no suelta la mano de Carmen, y a veces la vida es eso, sentir una mano tendida.

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