Vivimos en una ciudad –supuestamente– donde el paso del tiempo es el mejor aliado de la inacción, el bloqueo, la resignación y el hastío. Nos hemos habituado tanto a no progresar que, en cierta medida, la decadencia nos seduce. Parece una maldición, porque todos los gobiernos de todos los colores se han contagiado de las polémicas, la parálisis y el conformismo desde que una operación judicial dudosa expulsó de la alcaldía en 2012 a Francisco Rodríguez, que ya entonces lideraba un partido en guerra fría entre facciones.

Ourense está tan mal que esa comparación que se escuchaba, sobre todo en los noventa, logra que cualquiera se sonroje: “La Atenas de Galicia”. “Se hacen de hormigón y de cristal, / de lugares extraños y gentes ocupadas (...) No faltan desayunos en hoteles lujosos, / ni tampoco familias con jardín, / pero son más frecuentes / los portales oscuros con pareja de novios, / el beso frío, / la rosa de cemento en la ventana”, dice Luis García Montero en un poema sobre las ciudades. Se hacen de promesas vanas, de frustración y niebla pertinaz por las mañanas, podría aludir a Ourense.

Las termas cerradas en la capital termal de Galicia desde marzo de 2020, la estación intermodal de la vergüenza, el esqueleto de varios fracasos: el centro de parques naturales que fue liquidado a medio construir –su feísmo de hormigón y pintadas recibe desde hace más de una década a quien llega a la ciudad desde la salida norte de la autovía–, la casa de baños de Outeiro, cerrada –obra del arquitecto Daniel Vázquez-Gulías, se asienta sobre un manantial de entre 40 y 45 grados cuyo uso se remonta a la época romana–, la antigua cárcel que amenaza con desplomarse, el cadáver calcinado del único restaurante de la zona termal, los restos del incendio en A Chavasqueira, el camping de Untes, clausurado desde 2015.

Las termas públicas de Ourense, capital termal de Galicia, permanecen cerradas desde marzo de 2020. // FERNANDO CASANOVA

La trasera de la antigua prisión. El entorno de As Burgas es uno de los espacios públicos más degradados. // FERNANDO CASANOVA

El fallido centro de interpretación de parques naturales. Su esqueleto de hormigón, lleno de pintadas, recibe al viajero en la N-120. // BRAIS LORENZO

El éxodo de jóvenes después de las vacaciones o un puente festivo, la falta de un plan de urbanismo desde hace una década. Los proyectos de Gobierno y Xunta que se repiten cada año, en el papel, y cuyo presupuesto no se ejecuta. La plaza de abastos de A Ponte, que una ministra inauguró en 2015 y no se ha abierto. Los vertidos al Barbaña, el fuego y los incendiarios. Las terrazas que devoran aceras, los contenedores con basura, desbordando, que depredan una catedral del siglo XII.

Un contenedor lleno de basura arrimado contra la catedral de Ourense, de los siglos XII y XIII. // FERNANDO CASANOVA

Una casa en ruinas en un solar sin urbanizar. Detrás, bloques de edificios modernos. // J. FRAIZ

La doble fila por sistema en la Avenida de Santiago o en Juan XXIII. El tráfico a todas horas, y acelerado, en el casco histórico. Los baches en Bedoya y Valle Inclán. Palmés esperando desde hace dos décadas la conexión a la red de saneamiento. La maleza que vuelve a infestar el Puente Viejo. Los solares vacíos, los edificios en ruina. Una San Martiño en la que un padre que viene de Suecia es descalificado por correr con su hija en un carro de bebé.

Ourense corre el riesgo de que ya no importe.