Nadie podía imaginar que aquellas primeras y lejanas imágenes llegadas desde China sobre un misterioso virus que había dado el salto del animal al ser humano eran el inicio de una pandemia mundial que cambiaría nuestras vidas para siempre. Poco tardó en llegar ese coronavirus original al área sanitaria de Pontevedra y O Salnés, hace ahora un año, y lo hizo en un caso importado de Madrid, la zona cero de la primera ola en España.

En una transmisión exponencial fueron aumentando los positivos hasta sumar 12.462 hasta el día de hoy en ambas comarcas. Nadie mejor que ellos para hablar sobre la enfermedad y sus secuelas. FARO ha hablado con tres pontevedreses que han pasado la enfermedad, que les ha dejado secuelas en mayor o menor medida.

Ramiro Junquera.

El COVID le hizo batir un récord que nunca hubiera deseado: 70 días de hospitalización. Salió en junio. La enfermedad pilló a este pontevedrés en la localidad granadina de Motril, donde estuvo ingresado, y le dejó una fibrosis con la que tiene que luchar a diario.

“Tengo que utilizar oxígeno, lo llevo en una mochila. En casa no, pero para salir a la calle sí porque me fatigo. Cuando camino llano o bajo no, pero al subir sí. Para estar como estuve, ya creo que hasta estoy bastante bien, que pensé de no contarlo”, dice desde Pontevedra.

“Tengo que utilizar oxígeno, lo llevo en una mochila. En casa no, pero para salir a la calle sí porque me fatigo"

La vida le cambió por completo, “de como estaba a como estoy…”. Le lleva el doctor Adolfo Baloira, jefe de Neumología del CHOP, “una persona estupenda, estoy encantado”, afirma. “Me da mucho ánimo, fuerza, me anima mucho”.

Todavía no sabe si necesitará el oxígeno para siempre, pero al menos ya ha recuperado peso: “de 12 kilos que perdí, recuperé siete”. Toma medicación para la fibrosis, una pastilla a la mañana y otra a la noche. Es otro de los legados que le ha dejado el COVID.

Aunque asume con resignación haber pasado un año muy duro por la enfermedad, no soporta escuchar noticias relativas al incumplimiento de las normas preventivas. “Me pone enfermo. Escuchar eso me revuelve las tripas de tal manera… No le deseo el mal a nadie, pero merecían un toque de atención para que vivan lo que otros hemos vivido. O contagiarse o visitar una sala de UCI para que viesen cómo está muriendo la gente. Cuando dicen que todo es mentira me pongo alteradísimo”, asegura enfadado.

Y pese a que supuestamente debería estar inmunizado, al menos en parte, contra el virus, está deseando vacunarse. “En cuanto me llamen voy. Yo me pondré la vacuna que me digan sin poner pegas. Aunque tengas algo de efectos secundarios, una fiebre o un cansancio, no pasa nada, te quedas en casa un par de días y fuera. Comparado con lo que yo pasé, un día de fiebre y malestar será coser y cantar”, afirma.

Susana Arbilla pasea por su calle, en el barrio de A Parda. Gustavo Santos

Susana Arbilla.

La pontevedresa estuvo ingresada 51 días en el Hospital Montecelo, del que salió en mayo. Una fatiga casi constante y dificultades para respirar son las principales secuelas del coronavirus.

“Siento un cansancio extremo. Lo que más acuso es hacer la cama y tener que sentarme, ducharme y tener que parar… Me cuesta un poco respirar y sigo con la voz tomada. No me han llamado todavía de los especialistas. Tenía que haber ido a Medicina Interna en diciembre y no me han llamado y a Neumología en enero y tampoco. No me han hecho ninguna revisión. La última radiografía que tengo es del año pasado, de cuando estuve en la UCI, y salí en mayo”, resume.

Pese a todos estos síntomas, recibió el alta por COVID y su médico le dio una baja por vértigos. “Denuncié pero perdí porque los jueces todavía es un tema que no conocen y se guían por lo que les dice la inspección médica, que les transmite que yo he mejorado. Yo sigo en activo pero de baja médica”, se lamenta.

"Si me dan a elegir un día en la UCI o 70 vacunas, elijo las vacunas”

“En las piernas no tengo fuerza y en los brazos he recuperado poca, me siguen doliendo los antebrazos. Por lo demás, tengo frecuentes dolores de cabeza. Estoy tomando medicación para el hígado, que me quedó un poco tocado”, explica.

También ella se enfada cuando se le pregunta sobre el incumplimiento de las medidas preventivas. “Esto es muy peligroso y yo creo que la gente que no cumple las medidas o es muy inconsciente o no ha tenido ningún caso cerca. Nos lo están diciendo los medios de comunicación. No sé si es que los famosos que están en contra de todo esto tienen más peso y les hacen más caso a ellos que a los médicos, neumólogos, inmunólogos… gente con preparación. ¿Cómo es que se hace más caso a dos payasos?”, se queja.

Respecto a la vacuna, reconoce que “me voy a vacunar cuando me toque”. “Te puede dar miedo una reacción de la vacuna, pero más miedo me da acabar otra vez en la UCI. Si me dan a elegir un día en la UCI o 70 vacunas, elijo las vacunas”, asevera.

Rosa Bahamonde ante el Hospital Montecelo, donde trabaja. Gustavo Santos

Rosa Bahamonde.

El colectivo más afectado por el virus fue el sanitario, y dentro de este la enfermeras. Rosa Bahamonde lo es en el servicio de Cirugía del Hospital Montecelo. Se contagió y se lo reconocieron como accidente laboral.

“Lo tuve de regalo de Reyes. El 5 de enero me dejaron el positivo”, cuenta con humor. “Tuvimos en ese período de tiempo positivos en el hospital. Al hacernos la PCR dimos positivo tres en el primer brote. Después hubo más”, añade.

“Me confiné en la habitación en casa ya el día 4 porque sabía que iba a dar positivo. Estuve dos o tres días tranquila, pero después ya estuve bastante pachucha. Un día tuve que ir en ambulancia al hospital y me dieron inhaladores y antibióticos. No llegué a tener fiebre, mi problema fue respiratorio”, indica.

Ella fue la primera sorprendida por los efectos de la enfermedad en su cuerpo, ya que es una persona que hace deporte tres veces a la semana y una vida sana, “nunca pensé yo que me iba a pasar eso”.

“Esos días no comía ni hablaba por teléfono, me faltaba el aire. Dormía boca abajo a ver si cogía más aire"

“Esos días no comía ni hablaba por teléfono, me faltaba el aire. Dormía boca abajo a ver si cogía más aire. El segundo día me asusté porque era una sensación angustiosa. Después empecé a recuperar. Salí a los 14 días de la habitación, pero con muchísimo dolor lumbar. No podía ni estar de pie ni sentada. Me dijo la doctora que es algo habitual”, continúa relatando. “Estaba muy contracturada. Salí a caminar y a los diez minutos me moría del cansancio, cuando antes iba como mínimo dos horas. Tardé un mes en recuperar la fuerza física. Tenía mucha tos”.

Ahora el efecto secundario que tiene es mucho dolor de cadera, cuando camina mucho.

Su principal preocupación mientras estuvo enferma era su familia. “El año pasado me había ido a un piso de alquiler, cuando empezamos a ser planta COVID. Pero este año al alargarse la cosa me quedé en casa. El caos era qué hacíamos con los dos niños si mi marido daba marido. Al final dieron negativo”, recuerda aliviada.

Ante las personas que no cumplen las normas siente indignación: “Visualmente la gente no es consciente de qué supone esta pandemia. Cuando fue la campaña antitabaco se ponían imágenes muy duras. Ahora se muestran muy pocas que impacten y conciencien a la gente”, considera.

Sobre la vacunación, lo tiene claro. “Hay que vacunarse. Yo a la gente ya les digo que es mejor que pasen uno o dos días una reacción similar a una gripe a terminar en la UCI. Siempre me pongo de ejemplo. No sabemos cómo va a reaccionar nuestro cuerpo”, concluye.