Consiguió lo imposible, que no muriese ningún niño de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna de la Viruela impulsada por Carlos IV y que supuso la primera gran campaña de inmunización. “Sin Isabel Zendal, esta expedición no habría salido adelante”, aseguró Javier Moro, que ayer presentó en el Club FARO sus dos últimos libros, “A flor de piel” (Seix Barral), en el que reconstruye la historia de esta gran gesta sanitaria mundial y recupera la figura de la enfermera gallega; y “A prueba de fuego” (Espasa), en la que rescata la historia del arquitecto valenciano Rafael Guastavino, calificado como el “arquitecto de Nueva York” por “The New York Times”.

Son dos libros en los que el periodista y escritor, premio Planeta 2011 con “El imperio eres tú”, hace un auténtico trabajo de arqueología literaria. “No escribo sobre mí mismo. No sabría hacerlo. A mí lo que me pone es contar una buena historia, pero tampoco quiero repetir historias de grandes personajes que ya han sido archiescritas. Me interesan más los personajes olvidados. Soy un desenterrador de héroes “, comentó.

Lamentó, sin embargo, la propensión del país a olvidar sus gestas y a sus héroes. “En España hay mucha tendencia a olvidarse de los héroes y a tener una visión de nuestra historia pesimista. Somos un país que no nos queremos”, aseguró el ponente, que aseguró que esta empresa debería estudiarse en el colegio. Sin embargo, apenas es conocida. “Lo que se inventó en esta expedición fue la vacunación, fue la primera gran inmunización de la historia”, sostuvo en la charla-coloquio, que presentó el periodista vigués Rafa Valero en el museo MARCO.

La Expedición Filantrópica de la Vacuna fue la mayor proeza humanitaria de la historia hasta ese momento y duró de 1803 a 1806. Su objetivo era que la vacuna de la viruela alcanzase todos los rincones del imperio español y evitar que la enfermedad continuara propagándose. Como no se podía cruzar el Atlántico y mantener la vacuna activa, se optó por llevarla en el cuerpo de niños, a los que se les iba inoculando de forma escalonada para mantenerla viva durante la travesía. Fue el principio del fin de la viruela, conocida popularmente como “flor negra”, y que en 1972 se convirtió en la primera y única enfermedad en ser erradicada. “Lo primero que me atrajo fue el componente de aventura de la historia, esa idea peregrina, pero genial al mismo tiempo, de hacer una expedición a América con niños, pero mientras iba escribiendo la novela me di cuenta del gran alcance que supuso para la medicina mundial”, afirmó.

La expedición partió del puerto de A Coruña el 30 de noviembre de 1803 en la corbeta “María Pita”. En ella viajaban el médico y cirujano Francisco Xavier Balmis como director de la misión y el catalán Josep Salvany como subdirector, otros dos médicos y tres enfermeros, veintidós niños de las inclusas de Madrid, A Coruña y Santiago, e Isabel Zendal, rectora del orfanato de La Caridad de A Coruña, la única tripulante mujer, Solo Balmis regresó a España.

Moro conoció la verdadera identidad de Zendal por casualidad, a través de un periodista gallego, Antonio López Mariño, que investigaba también la figura de la enfermera gallega. “Tuvo la gran generosidad de compartirlo conmigo”, afirmó. Un acta de confirmación del obispado de Santiago reveló que Zendal había nacido en la aldea de Santa Marina de Parada, en Ordes, y era “pobre de solemnidad”. Asimismo, el censo de la ciudad herculina la volvía a situar, unos años después, viviendo y sirviendo en la casa de Ignacio Hijosa, de donde pasó al hospicio.

Lo que no imaginó Moro es que cinco años después de escribir “A flor de piel” estaría viviendo una pandemia, que ha dado una segunda vida a la novela, pero que no cambiará a la humanidad. “No vamos a salir diferentes de esta situación. Pandemias ha habido muchas y nunca lo hemos hecho”, sentenció.

“Guastavino no fue solo un gran arquitecto; creó estilo”

“Me resulta difícil escribir sobre mi padre. Ahora que trabajo día y noche en el diseño de la cúpula de San Juan el Divino –dicen que será la mayor catedral del mundo–, me acuerdo de él, y me pregunto qué opinaría de los trazos y los cálculos que pongo sobre el papel, y discuto con él en mis pensamientos, como tantas veces lo hicimos cara a cara”. Así arranca “A prueba e fuego”, la historia del arquitecto Rafael Guastavino (Valencia, 1842-Asheville, Estados Unidos, 1908), contada por su hijo, que heredó de su progenitor no solo el nombre, sino también la profesión. “Me interesaba contar una historia de padre e hijo”, dijo el escritor, que por primera vez construye un relato en primera persona. A pesar de ser dos grandes desconocidos en España, Moro recordó que Rafael Guastavino y su hijo son autores de más de mil obras en Estados Unidos, 300 de estas en la ciudad de Nueva York. Sin embargo, la importancia de su legado no se limita solo a la belleza de sus obras, sino a su originalidad. “No solo fueron grandes constructores y arquitectos, crearon un estilo de construir que fue imitado después por otros”, aseguró el ponente, Moro explicó que descubrió a Rafael Guastavino cuando vivía en Nueva York. Solía ir al Oyster Bar a tomar ostras, situado en los bajos de la mítica Grand Central Terminal, cuya cúpula es una de las obras del arquitecto valenciano. Guastavino alcanzó el éxito en Estados Unidos gracias a la utilización de su patente (registrada en 1885) de un sistema de construcción de bóvedas derivado de la construcción tradicional en Valencia, conocido como bóveda tabicada, de ladrillo de plano. “Hacían una bóvedas maravillosas que parecían sostenerse solas”, aseguró. Centrado en esta actividad, constituyó la compañía Guastavino Fireproof Construction Company (destaca en el nombre la condición “a prueba de incendios”, de aquí el título de la novela. El libro incluye fotografías de algunas de sus bóvedas, como las de la biblioteca de Boston, el City Hall y la casa del elefante del zoo del Bronx. Antes de emigrar, dejó algunas obras en Barcelona, como la fábrica Batlló. “Fue un genio en su trabajo, pero un desastre en la vida diaria”, dijo el escritor, que reconstruyó su historia a partir de las cartas heredadas por un descendiente de la rama estadounidense de la familia.