Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Balance de un año

El perfil de los damnificados del COVID

Imagen de la UCI del Hospital Povisa de Vigo con enfermos de COVID

Supervivientes de la UCI, asintomáticos o enfermos que eludieron el hospital narran su epopeya personal en un año ‘horribilis’

 “Se deberían modificar las UCI para dejar un espacio –sin entrar en ellas– donde realizar un tour para que la gente viese cómo se trabaja allí, que viesen todos estos negacionistas que quien está o estuvimos boca abajo no estuvimos así por hacer la gracia sino porque nos encontrábamos más en el otro lado que en este”. Quien propone esta iniciativa es José Antonio Fernández Bouzas, de 54 años y director del Parque Nacional Illas Atlánticas que permaneció en cuidados intensivos por COVID-19 durante 21 días.

Sus palabras nacen de la rabia y el agradecimiento. El segundo sentimiento se debe al cuidado recibido por el personal sanitario del Hospital Cunqueiro en Vigo. El primer sentimiento surge ante el posicionamiento de algunas personas que niegan la existencia o contundencia de la pandemia a pesar de acumular más de 2.260 muertes por el COVID-19 en Galicia en los últimos 12 meses.

Fernández Bouzas también cree que hay que pensar en los sanitarios y en el bien global: “¿Otra ola más? ¿Qué quieren llegar al mambo, al número cinco? Hay que tener sentidiño. Una persona en la UCI es mucho dinero que asumimos entre todos”.

Y si lo anterior tampoco importa, un tercer argumento es la propia salud. “En la UCI, hasta me tuvieron que hacer diálisis. Después de darme el alta y regresar a casa, tuve que hacer mucha fisioterapia. No caminaba. Va a hacer un año y aún hay días en los que me canso”, explica un hombre que ve la vida de otra manera: “Me gusta mi trabajo porque me apasiona pero la familia es la que responde siempre y hay que estar con ella”.

José Antonio es uno de los 112.751 gallegos y 3,1 millones de españoles que ha desarrollado o tiene COVID-19 desde que apareció el primer caso el año pasado.

El perfil de la persona diagnosticada en España de la enfermedad del coronavirus establece un porcentaje ligeramente superior de mujeres (52,2%) con una mediana de edad de 42 años para ellas y 41 para ellos.

Por franjas, las personas que más se han infectado son las de 15 a 29 años de edad (19,7%), seguidas de las de 40 a 49 (17%), de 50 a 59 (14,9%) y de 30 a 39 (14,1%).

Pero si algo ha demostrado el SARS-CoV-2 es que puede atacar a cualquiera, no se limita a cumplir un manual de estilo o partitura prefijada.

José Antonio Cheillada Losada tiene 57 años de edad y ha sobrevivido al coronavirus. La enfermedad lo ha debilitado: “Estoy haciendo rehabilitación porque bajé 28 kilos y no tengo masa muscular ni en brazos ni piernas. Aún me queda para recuperarme un mes o mes y medio”.

“Tenía un poco de tos y llamé al médico de cabecera. En ese tiempo, apareció mi sobrina en casa. Yo no lo recuerdo. Me vio mal, llamó a una ambulancia y entré directo en la UCI de Povisa”, recuerda.

“Cuando desperté, la situación no era agradable. Vi a gente marcharse para el otro lado. Tenía mucho miedo. Nunca vi la muerte tan cerca como esta vez”, señala. “Viendo lo que vi, quiero cambiar mi vida para disfrutarla y punto”, expresa.

Cheillada logró el alta el 15 de febrero de este año. “En la UCI, me trataron muy bien. Les pongo un 15 sobre diez. Además de curarte, te animan. En planta, el trato fue muy bueno, les pongo un doce, quizás porque como en la UCI estaba peor, necesitaba más el apoyo que me dieron. Solo tengo buenas palabras para todos”, confiesa.

Entre las secuelas que le ha dejado el coronavirus, hay una perenne. “Mi hermano falleció a finales de enero de COVID-19 y yo me enteré el 12 de febrero por un despiste con un teléfono. Él había ingresado en otro hospital unos días antes que yo; incluso estuvo una semana en planta sin ir a la UCI”, rememora una persona a la que el lado derecho de la cara se le “queda dormido de vez en cuando”.

“El año pasado tuve dos neumonías seguidas, así que con el COVID pensé que iba a morir”

decoration

Este vigués asegura que se cuidó “más que nadie” para evitar un coronavirus que no logró esquivar. Tampoco lo evitó la chapelana María Carlín Fernández. Tenía 71 años cuando le diagnosticaron el pasado mes de noviembre COVID-19 y en el momento de escuchar que era positivo, lo tuvo claro. “Lo recibí mal, con mucho miedo porque tenía enfisema pulmonar... Moría tanta gente... El año anterior, había tenido dos neumonías seguidas. Así que pensé que me iba a morir”, relata esta abuela de Chapela, en Redondela (Pontevedra).

“Me empecé a sentir mal, muy cansada. Fui a dar un paseo y no fui capaz de llegar a donde quería ir. Tuve que sentarme a descansar en una parada de autobús. Notaba que estaba mal pero no sabía qué me pasaba. Me costó mucho volver a casa y empezó la fiebre”, recuerda.

Su marido llamó al centro de salud de Rendondela donde les comunicaron que debía hacer una PCR. Pasado el difícil episodio, sólo tiene buenas palabras para el personal sanitario. “Estuve muy bien atendida. Me enviaron la ambulancia dos veces para hacerme radiografías en el hospital porque el aparato para medir la saturación de oxígeno en sangre no daba bien. Me llamaban la enfermera y el médico todos los días, uno por la mañana, otro por la tarde. Quedé muy contenta con como me trataron”, recalca.

Jandro Louzao con su madre, María Carlín.

Jandro Louzao con su madre, María Carlín.

El caso de María, que cumplió 72 en enero, demuestra los designios de un virus caprichoso que puede afectar a familias enteras o formar bandos en ellas de atacados y salvados. “A mi nieta, le habían hecho una PCR semanas antes porque había tenido algo de fiebre, pero el resultado fue negativo. Cuando yo me puse enferma y la mía dio positivo, se la volvieron a hacer a ella y entonces sí que le dio positivo aunque ni ella ni mi hijo tuvieron síntomas. La única que estuve enferma fui yo. Mi marido, que duerme a mi lado, no se contagió y mi otro nieto tampoco”, detalla.

María pasó la cuarentena con su hijo, Alejandro Louzao, de 49 años, mientras que los dos nietos (una niña de doce años con PCR positiva y asintomática más otro pequeño de diez con prueba negativa) estuvieron en otro lugar, en la vivienda de su madre. “Yo –explica este chapelano– me enteré de que lo tenía porque mi made se puso malita. Si no, seguiría trabajando con el taxi sin enterarme. Fui asintomático y sigo”.

“No podía trabajar. Tuve que pedir un préstamo”, explica un contagiado

decoration

Para este trabajador autónomo tener COVID fue la peor noticia que le podían dar en ese momento: por un lado, su madre pensaba que podía morir; por otro, él tenía que dejar de trabajar con lo que los ingresos cesaban. “No podía trabajar. Fue complicado; tuve que pedir un préstamo. Yo, en una habitación; mi padre negativo en todo momento, en otra mientras mi madre no salía de la habitación”, rememora.

Pero no todo el mundo ha vivido el COVID-19 con temor. Cea Uces explica que lo llevó “muy bien”. Esta mujer embarazada que está esperando su segundo vástago, reconoce estar más nerviosa a día de hoy “porque me queda poco de gestación. Tengo más miedo de cogerlo ahora que antes. Mis síntomas fueron leves pero no sabes con qué fuerza puede repetir y ¡con todas las variedades de cepas que hay!”.

Cea Uces, con su hijo.

Cea Uces, con su hijo.

Como trabajadora de una residencia, que se enfermó de COVID estando ya embarazada, reconoce que “lo que más me preocupaba era que mi hijo pequeño, con cinco años, se contagiase. Finalmente, sí se contagió pero fue asintomático. Temes que el feto pueda resultar dañado pero si tiene que pasar algo pasará. Por mucho que le dés a la cabeza, no podrás evitarlo. Entonces, lo mejor es llevarlo lo mejor posible”.

Como mensaje a los negacionistas, Cea apunta que “puede parecer lejano. Yo perdí parte del gusto y el olfato, tuve mucha tos, y a día de hoy aún sigo sin percibir ciertos sabores como antes. Los que creen que no existe el coronavirus deberían pasar un poco de tiempo con quien lo ha vivido para conocer la realidad”. 

Una estancia de 21 días en la UCI “a cara o cruz” para un hombre de 54 años de edad

José Antonio Fernández Bouzas J. F.

José Antonio Fernández Bouzas, director del Parque Nacional Illas Atlánticas, lleva un año sufriendo los coletazos de un coronavirus que lo llevó al hospital a un estado crítico: “Estuve en la UCI21 días y después en planta seis días y después en casa. Cuando desperté, lo primero que hice fue pedir un móvil con barra libre de datos para hablar con la gente de casa, no quería hablar con nadie más. Y quería champú; sentía el pelo sucio aunque estaba limpio. Era porque había perdido sensibilidad en el cuero cabelludo”, recuerda este vigués de 54 años.

Después de una reunión con gente de fuera, empezó a sentirse “raro. Sabía que el virus andaba pululando por ahí y decidí guardar cuarentena en casa. Estuve tres días aislado y al tercero no respiraba nada. Llamé al médico de cabecera quien me mandó la ambulancia para ingresar en el Cunqueiro. Fue a mediados de marzo del año pasado”.

“La cosa no iba bien y al final ya me metieron en la UCI, coma inducido y posición boca abajo durante 21 días. Sabía que era a cara o cruz. Confías ciegamente en el personal sanitario. Y el hospital, Cunqueiro, era nuevo. Si llega a pasar en el Xeral-Cíes, no sé cómo contaríamos la historia. La UCI estaba en perfecto estado. Tuve que hacer diálisis en la propia UCI. No me quejo de nada. La atención fue muy buena”, señala.

Eso sí, pide prudencia para Semana Santa y no favorecer la movilida. “Quedémonos en la autonomía, paseemos y gastemos el dinero aquí”, propone, para evitar que se disparen los contagios.

“Perdí unos 30 kilos en un mes”, señala un paciente de 74 años hospitalizado

Juan José Rodríguez Tubío, en su casa. J.R.

Juan José Rodríguez Tubío es un vecino de 74 años de Peitieiros, Gondomar, que ingresó por COVID a finales de noviembre en el hospital para recibir e alta a finales de año. “Yo no estaba ni bien ni mal pero me mandaron hacer la PCR que dio positiva. Quedé allí en Povisa dos días en planta y dos después ya estaba en la UCI”, recuerda.

A pesar de esa travesía dificultosa, Juan José guarda el humor: “¿Sabes lo que no me fastidió el coronavirus? El hambre, sigo teniéndola”. Tras este comentario,sin embargo, Tubío enlaza con la realidad: “En el tiempo que estuve allí (el hospital) perdí unos 30 kilos en un mes. Tenía antes 130 y ahora ando por los cien”.

Sus primeros síntomas los recuerda marcados por poca fiebre. “Aún tengo que ir a revisiones porque aún no estoy bien. Por dentro, aún hay algún problema. Esta enfermedad no es tan fácil. Yo no era capaz de levantarme del asiento. ¡Les tenía una envidia a los que se levantaban con facilidad! Ahora ya ando algo pero me canso mucho”, añade.

En estos momentos, prosigue la rehabilitación subiendo rampa, escaleras, haciendo movilidad de piernas.

“Nunca tuve miedo porque no me enteré. Los que me atendieron entonces me están contando ahora cosas de aquellos días. Les decía a todo que no en la UCI pero después sí lo hacía; pero no lo recuerdo”, señala.

En cuanto al momento del diagnóstico de la enfermedad, apunta que no pensó en nada especial. “Yo pronto me adapto a las circunstancias”, admite.

Hace unos días, le realizaron otro PCR que dio negativo. 

Compartir el artículo

stats