Ninguna acción es tomada e interpretada de la misma manera por dos personas distintas. Esto, consideran los psicólogos, tendrá su demostración ante el fin de la obligación de las mascarillas al aire libre el próximo 26 de junio. Y no es una cuestión de ver el vaso medio lleno o medio vacío, sino de sentimientos tan extremos como la euforia excesiva "con la sensación de que esto ya ha terminado" o "el miedo que puede provocar ansiedad al sentirse desprotegido ante el peligro".

"La primera sensación es que hay ilusión, pero no todo el mundo lo va a celebrar con la misma alegría", explica la psicóloga clínica, Consuelo Tomás. La especialista recuerda que, al principio, cuando primero se recomendó su uso y luego se hizo obligatorio, "hubo mucho desconcierto, pero por la situación de gravedad que habíamos vivido se aceptó de manera mayoritaria".

"Hay muchas personas que van a considerar prematura la decisión"

Sin embargo, ahora, "el escenario es totalmente distinto". En este sentido está el avance de la vacunación, pero sobre todo, "un cansancio de las personas hacia las restricciones que ya se está viendo en algunos trastornos psicológicos". Es la famosa "fatiga pandémica". Así, según considera Tomás, el fin de la obligación de esta prenda en los espacios abiertos "genera ilusión y ayuda a aliviar esta sensación de cansancio, puede significar un respiro".

Pero este descanso cree que no será compartido por todo el mundo. "Hay muchas personas que van a considerar prematura la decisión, que van a tener miedo a contagiarse y que tardarán más en quitarse las mascarillas", asegura la experta en salud mental. Sería algo similar al conocido como síndrome de la cabaña que sufrieron algunas personas al finalizar la cuarentena por el temor a salir a la calle.

Para Tomás, el riesgo para estas personas es que acaben generando cuadros de ansiedad "ante la sensación de estar amenazados, de sentirse en peligro". Por ello, indica que lo mejor es que "esas personas sientan que las decisiones están avaladas por personal sanitario" o, por el contrario, que "lo peor que podría ocurrir es que haya discrepancia y desconcierto porque generaría más inseguridad".

Más allá de la "ilusión" que se generará o el "exceso de confianza" que podría relajar el cumplimiento del resto de medidas, la psicóloga clínica destaca que el fin de las mascarillas mejorará la socialización. "Va a ganar mucho la comunicación no verbal, pero también la verbal", señala Tomás quien indica que la infancia y la adolescencia serán los que más celebren el fin de esta medida porque, además, "son los que más se relacionan en exteriores".

"Los contagios son residuales"

Por la parte epidemiológica, el catedrático de Inmunoparasitología de la Universidad de Valencia, Rafael Toledo, se muestra favorable a la medida. "Se podría haber quitado antes", indica recordando que en algunos países europeos la mascarilla no era obligatoria al aire libre "y los números han sido muy similares a los de España". "Los contagios en exteriores son prácticamente residuales", incide al tiempo que señala que no es lo mismo "ir andando por la calle donde solo te cruzas un segundo con una persona, que estar en un sitio rodeado de gente, mucho tiempo y sin moverse".