Tiene 11,7 millones de seguidores, que viene a ser algo así como los habitantes de Grecia todos juntos. Patry Jordán (Girona, 1984), que empezó a dar consejos de belleza en YouTube durante la crisis de 2010, logró, una década después, activar a seis millones de confinados con sus tablas de gimnasia. Desde Andorra, donde reside con su pareja, muestra una cercanía inusual en una número uno de la influencia que, según los analistas, ha podido ganar hasta dos millones de euros como creadora de contenidos.

–¿Recuerda el primer vídeo que subió?

–Claro. Era un vídeo de presentación. “Hola, qué tal, soy Patry, voy a empezar a compartir...”. Lo grabé 6 o 7 veces. No sabía nada de nada. Solo tenía ganas de callar bocas.

–¿Callar bocas?

–Tengo dislexia. Siempre ha sido una limitación. Mis notas eran justitas. Recuerdo que mi padre me decía: “Te voy a quitar del colegio y te voy a poner a fregar”. Tuve la exigencia de demostrarme –y demostrar– que lo que oía en mi entorno no era verdad.

–Lo ha demostrado. ¿Qué tal sienta ser una superestrella de internet?

–Si habla de ego, me lo tomo como si tuviera cero seguidores.

–Difícil de creer.

–Pertenezco a la primera generación de youtubers. Quería descubrir, aprender y compartir. Y sigo porque disfruto con los desafíos.

–Desafíos que dan un dinero mareante.

–No necesito muchas cosas. Siempre me he adaptado a lo que venía. A los 24 años llevaba la gerencia de un gimnasio, llegó la crisis del 2010 y cerró. Tenía dos opciones: ir al paro o dar clases sueltas a 600 euros. Di las clases. Lo que quieres siempre está después del miedo.

–Bien, pero tendrá un don...

–Siempre esperamos un don sobrenatural, y el don es comprometerse con lo que te gusta. A los 16 años viajé sola tres veces a Estados Unidos, a bailar. Iba en tren a Los Ángeles, cuando nadie viajaba en tren. Siempre me he visto capaz de todo. De ahí mi lema: “Yo puedo con todo”.

–¿Tuvo una red de seguridad familiar?

–Tuve la suerte de tener un ambiente deportivo. Mi padre [Miguel Jordán] montó la escuela de fútbol del Girona, mi hermano Eloy trabaja como analista en el Barça y mi madre tenía un gimnasio. Ellos me dijeron: “Pasarás mucho tiempo trabajando, así que escoge algo que te encante, o vas a sufrir”.

–¿Sabe que es el fracaso?

–Claro que sí. Uno es que, excepto cuando fui a Bailando con las estrellas, no he vuelto a bailar. Otro fue que pedí a mis padres hacer el bachillerato en Londres, pero en casa la situación económica no era muy buena.

–Sus padres se separaron.

–No fue agradable para ninguno. Yo saqué la rebeldía y cogí un papel muy protector con mi hermano, 10 años menor que yo (a mí me tuvieron con 19 años). Nada que no haya ocurrido en otras familias, ¿no?

–Cierto.

–Me levantaba a las 6 de la mañana y daba una clase de spinning, de 9 a 18 trabajaba en una agencia de comunicación, y volvía al gimnasio hasta las 21; y los fines de semana hacía animación turística. Con 19-20 años ganaba más de 3.000 euros.

–Cansa con solo oírlo. El mundo digital, después, le ha deparado cosas increíbles.

–¡Tantas! He estado en Cannes compartiendo mesa con Julia Roberts y Will Smith, he rodado con Eva Longoria sintiéndome una más... Y en la cuarentena pasé del millón y medio de seguidores diarios a seis millones. ¡28.000 conectados en un mismo instante viendo un directo! Además, el feedback es maravilloso.

–¿Sí?

– Ayer me fui a dormir con el caso de una chica con cáncer de cadera. Hizo un vídeo diciendo que lo único que la mantiene motivada es el deporte y que había empezado conmigo. Lo único que necesita la gente es apoyo.

–¿Quién la apoya a usted?

– La verdad es que muchas veces necesito un “¿cómo estás?”. Le gente cree que estoy cargada de energía, que siempre estoy bien. Y no es verdad. Tengo la suerte de tener una pareja y un equipazo –16 entrenadores, cinco nutricionistas, tres psicólogas, dos diseñadoras– que me apoyan un montón.

–En Andorra es la única starlet femenina. Ahí están elRubius, Vegetta777, Mikcrack...

–¡Eso me encanta! Las mujeres hemos de quitarnos de encima las limitaciones que arrastramos desde generaciones. Somos muchas las que demostramos lo que valemos. Por eso me duele cuando las críticas vienen de mujeres que exigen una perfección que no existe. Yo no soy una superheroína.

–Apuesto a que su padre se alegra de no haberla “mandado a fregar”.

–[Ríe] “Pues sí que ha valido para algo lo que hacías”, me dice.