La infatigable activista por los derechos de la mujer y por la paz y la justicia en la República Democrática del Congo, Julienne Lusenge, recibió ayer en Barcelona el premio Constructors de Pau, que otorga el Institut Català Internacional per la Pau (ICIP).

–La llaman “mamá Julienne”.

–En África se llama así a las mujeres por respeto, pero también depende de tu manera de vivir, de hablar y de ocuparte de la gente. A mí me llaman mamá aquí, en Europa, América y Canadá.

–¡Es una mamá internacional!

–Mis hijos dicen que soy la madre de todo el mundo porque siempre escucho, tengo empatía y me adapto a todo.

–¿Qué relación hay entre la figura de la madre y la lucha por la paz y la justicia?

–La madre da la vida y lo hace todo para protegerla. En el Congo hace más de 20 años que parimos a nuestros hijos con las balas silbando sobre nuestras cabezas, por eso para nosotras cada instante de vida tiene muchísimo valor.

–Y sin paz, la vida está en riesgo.

–Por eso vamos de pueblo en pueblo y de país en país hablando de paz. La paz se nutre de la justicia y la justicia consolida la paz. Los criminales deben responder de sus actos y también hay que reparar el daño a las víctimas.

–Nació en 1958, dos años antes de la independencia de la República Democrática del Congo.

–Con la independencia lo perdimos todo. A mi padre le acusaron de connivencia con los blancos y huyó 350 kilómetros a pie. Después vino la rebelión Simba y mi familia se ocultó durante años en la selva. Pero mi padre nos animó a no tener miedo de expresar nuestra opinión y a hablar con todo el mundo.

–Empezó como periodista en una radio comunitaria.

–Hacíamos un programa sociocultural en el que se hablaba de educación, salud, nutrición, justicia y desarrollo. Íbamos a los pueblos a entrevistar a la gente sobre sus problemas y emitíamos en las ocho lenguas de la región.

–¿En cuántas lenguas hablaba?

–Yo presentaba en lingala, swahili y francés. Era una radio muy importante para el desarrollo de nuestra región, pero en la guerra de 1996 Mobutu echó a los belgas, que financiaban la emisora. Las mujeres querían seguir pero ya no teníamos coches para ir a los pueblos y el ejército ugandés nos robó todo el material.

–En 2001 cofundó la oenegé Sofepadi para los derechos de las mujeres y para denunciar la violación como arma de guerra.

–Esto no se había visto antes del genocidio de Ruanda. En nuestra cultura hay tribus donde la violencia contra las mujeres está prohibida. Yo soy de la comunidad Beni y al hombre que viola lo echan del pueblo y se convierte en un paria.

–Pero no siempre es así.

–Hay algunas tribus que permiten la violación, como cuando entronizan al jefe y escogen una niña virgen para que pase la noche con él. Pero la práctica de la violación como arma de guerra llegó con los hutus de Ruanda. Entraban en los poblados y violaban en masa para humillar, neutralizar e imponer su poder.

–¿Cómo le ha afectado lo que ha visto y escuchado durante años?

–Me ha traumatizado a mí también. Todos los grupos armados, incluso elementos de nuestro ejército nacional, han cometido violaciones. No se trata de enfrentamientos armados clásicos, sino que se combate a través del cuerpo de las mujeres. Un grupo asienta su poder violando a las mujeres de otro grupo. El cuerpo de las mujeres se ha convertido en el campo de batalla.

–¿Alguna vez pensó en dejarlo?

–Hay momentos en que te quedas sin fuerzas para seguir luchando, sobre todo cuando la justicia no responde. Le pondré un ejemplo: una niña de 13 años fue violada por su profesor coincidiendo con el 8-M. Quedó embarazada y tuvo una infección en la matriz que le impedirá tener hijos.

–¿Qué pasó con el violador?

–Los militares le protegieron y huyó. ¡Cómo voy a dejar mi trabajo! No quiero que mis nietas vivan lo mismo que nosotras. En el Congo ahora hay mucha gente sensibilizada. El propio presidente está comprometido con la lucha para la erradicación de la violencia contra las mujeres.

–Sus denuncias han llevado a la cárcel a muchos criminales sexuales. ¿Teme por su vida?

–Me han amenazado a mí y a mi familia. Tras recopilar todos los expedientes para presentarlos a la comunidad internacional, a una compañera la descuartizaron con un machete y a otra le dieron una paliza delante de sus hijos. No es fácil el trabajo por la paz y la justicia. Te conviertes en el enemigo de mucha gente.

–Usted goza de protección internacional.

–Sí, pero no pueden estar vigilándome las 24 horas. Tengo mis rutinas de seguridad y no paso por barrios donde el riesgo es más alto.

–¿Qué ha cambiado desde que la ONU aprobó la primera resolución sobre mujeres, paz y seguridad, en el año 2000?

–Ha habido veinte resoluciones más. Pero no necesitamos más papeles, necesitamos acciones. No se ha fomentado la participación de las mujeres en las negociaciones de paz y en la gestión pública en el Congo. Te piden la opinión, pero luego la guardan en cajón. Así no se cambian las cosas.

–Acumula premios por su labor.

–Lo importante no es la cantidad de premios sino el valor que se les da, como demuestra el hecho de que sea la presidenta del Parlament de Catalunya quien me entregue el premio Constructors de Pau. No es un premio para mí, sino para todas las mujeres del Congo que cada día arriesgan su vida por la paz, la justicia, el fin de la violencia contra las mujeres y la protección de la vida que nosotras damos.