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Teresa Perales | Nadadora paralímpica, premio Princesa de Asturias de los Deportes

“Ni todos los cojos tienen mala leche ni todos los políticos son corruptos”

Teresa Perales. MUEL DE DIOS

A Teresa Perales (Zaragoza, 1975) le “harta” ser un ejemplo de superación. Dice que solo es feliz, que hace lo que le gusta. Perales es nadadora paralímpica desde que, con 19 años, perdió la movilidad en las piernas por una neuropatía y le va realmente bien. Tiene 27 medallas en los Paralímpicos y un hijo, Mariano, muy orgulloso de su madre. La última medalla (plata) la ganó el pasado verano en Tokio, donde dio un buen susto tras estar semanas hospitalizada en Japón y Madrid. Perales, premio Princesa de Asturias de los Deportes, reaparece en Oviedo y aprovecha para hablar sobre su estado de salud.

–¿Cómo está?

–Me encuentro bien. Salieron noticias que no eran reales. No tuve una crisis de ansiedad, tampoco depresión y nunca he tenido un diagnóstico parecido. Tuve convulsiones espásticas, probablemente porque puse el cuerpo al límite. Por eso estuve hospitalizada, estoy pendiente de diagnóstico, pero me encuentro bien.

–¿Lo pasó muy mal mientras estuvo hospitalizada?

–Fue más duro para mi familia. Yo estaba con parte del equipo médico y no me enteraba mucho de las cosas. Mi familia lo pasó mal por estar lejos.

–Tiene un hijo pequeño, Mariano, de 11 años.

–Estuvo muy mal porque no podía casi hablar conmigo. Fueron 9 días eternos.

–¿Por qué la natación?

–Me gustaba mucho el atletismo y me planteé empezar, pero comprarme una silla para correr era muy caro. El gorrito, las gafas y el bañador, en cambio, era mucho más sencillo. Después de quedarme en sillas de ruedas mi madre me compró un chaleco salvavidas y empecé a nadar por no quedarme en el borde de la piscina. Yo solo quería flotar. Me gustó y me apunté a clases para aprender. ¡Y por lo visto aprendí!

–¿Su madre fue dura con usted para que aprendiese a valerse por sí misma?

–No fue muy dura, pero tampoco excesivamente protectora. Eso es algo muy importante para espabilar.

–¿Recuerda el último día que pudo andar?

–Recuerdo bien el momento en que elegí la primera silla de ruedas. Entré a una ortopedia y dije que necesitaba una. Fue difícil. Cogí la única que era roja porque las demás eran negras y grises. Me recordaban al hospital, por eso escogí la roja.

–¿Y qué tal era?

–Una “patata”. Era de aluminio, malísima. Se me rompió al año de utilizarla.

–¿Cuesta aprender a moverse en silla de ruedas?

–Sí, sobre todo al principio. Tienes que aprender otras habilidades como cambiarte, caminar con ella o estabilizarte. Al principio es difícil.

–¿Se le hizo muy duro asimilar lo que le sucedía?

–A ver si se entiende lo que voy a decir: en mi caso fue sencillo, porque quedarme en silla de ruedas no era lo más grave que me había pasado en la vida. Con quince años perdí a mi padre. En la silla seguía viva y podía hacer cosas. Lo de mi padre sí que no tenía vuelta atrás.

“Me harta ser constantemente un ejemplo de superación, yo vivo mi vida de la manera más normal; para mí nadar solo es ser feliz”

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–¿Le cansa ser constantemente mostrada como un ejemplo de superación?

–¡Estoy harta de la superación! (se ríe). No sé, yo vivo mi vida de la manera más normal y más feliz que sé. Para mí nadar no es superarme, solo es ser feliz.

–¿Qué es lo peor de su vida de deportista?

–La soledad del día a día. En esto tienes que estar a tope. Unos Juegos se empiezan a preparar a cuatro años vista, no los últimos meses. Por eso tienes que estar entrenando con intensidad desde los primeros meses.

–Para eso está el trabajo mental, ¿no?

–Sí. Yo he tenido la suerte de tener esa fortaleza mental necesaria. Será la madurez, porque soy muy mayor y tengo la experiencia de haber vivido muchas competiciones. Hay momentos de bajón, otros de subidón, y hay que disfrutar de ambos. Debemos disfrutar del fracaso. Y todavía me queda carrera por delante, porque quiero ir a los Juegos Paralímpicos de París 2024 y lo veo posible. No será un camino sencillo, pero estoy acostumbrada a caminos de piedra. Siempre digo que no me retiraré en lo más alto, sino cuando no pueda más.

–¿Es muy mayor con 45 años?

–Soy muy mayor para el deporte, pero para el resto soy una jovencita. A nivel profesional todavía tengo pendiente dar conferencias en Estados Unidos y Latinoamérica. A nivel personal tengo una idea que vengo rondando tiempo: la creación de la fundación Teresa Perales. Tendría dos vías, una para los niños y otra para el ámbito deportivo.

–¿Qué le aportó la política? [Perales desempeñó varios cargos público en el Gobierno de Aragón bajo las siglas del Partido Aragonés].

–Conocer a gente maravillosa. A veces es injusto hablar mal del político. La política está denostada de forma injusta.

–¿En qué lo nota?

–Si pones la televisión, escuchas la radio, abres el periódico o hablas con cualquier persona parece que todos los políticos son corruptos o son malos.

–Y no lo son, ¿no?

–No. Mire, voy a decir algo políticamente incorrecto: no todos los cojos tienen mala leche, no todas las rubias son tontas y no todos los políticos son corruptos.

–¿Por qué dejó la política?

–Era muy difícil compaginarla con el deporte. Tuve que elegir.

–¿Qué supone este premio?

–Fue una de las sorpresas más bonitas de toda mi vida. ¡No sabía ni que estaba nominada!

–¿A quién se lo dedica?

–Me hace especial ilusión por ser mujer y por tener una discapacidad. Este premio se lo dedico a todas las deportistas femeninas, a todos los paralímpicos y también a las mamás deportistas.

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