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Una viguesa en el corazón de Haití

“Sé que no voy a cambiar el mundo, pero si alivio el dolor a una persona mi trabajo ha merecido la pena”, afirma la enfermera voluntaria Elena Suárez, de vuelta ya de América

Una viguesa en el corazón de Haití

Ahora viste de nuevo su pijama de enfermera de cuidados intensivos y está rodeada de todo el equipamiento sanitario y los fármacos necesarios. Hace guardias y alterna la UCI convencional con la destinada a paciente de COVID, una palabra alrededor de la cual pivota buena parte de su jornada laboral. Sin embargo, durante el pasado mes de octubre, el estetoscopio fue prácticamente el único instrumento médico del que dispuso y términos como “pandemia” y “coronavirus” desaparecieron casi por completo del léxico de Elena Suárez Muiños. En Haití, donde estuvo trabajando en octubre en un programa de cooperación de la ONG Las Flores de Kiskeya, la población tiene enemigos más cerca. Uno es el hambre. “Cuando te pasas cuatro días sin comer, no te da miedo que te mate el COVID”, asegura esta enfermera de 42 años.

Una viguesa en el corazón de Haití

Una viguesa en el corazón de Haití

Las condiciones son durísimas en el pequeño país del Caribe, inmerso en una profunda crisis política y económica tras el magnicidio en julio de 2021 del presidente Jovenel Moïse y el fortalecimiento de las bandas armadas. En Anse-à-Pitre, donde estuvo Elena, la comida y el agua son bienes escasos. Muchos niños están sin escolarizar y el hospital haitiano más cercano es como aquí un centro de salud. Si el caso es grave, hay que atravesar de forma ilegal la frontera de República Dominicana. Las embarazadas no saben qué es una ecografía y dan a luz en casa, asistidas por sus madres o la partera. “Nada es fácil allí”, reconoce la enfermera viguesa.

Una viguesa en el corazón de Haití

Una viguesa en el corazón de Haití

En esta comunidad, al sudeste del país, Elena estuvo trabajando en un centro de día que acoge a las mujeres y niños desfavorecidos de la comunidad y que desarrolla programas de salud, nutrición, educación y empoderamiento de la mujer. Allí, realizaba el seguimiento médico, atendía problemas de salud y les facilitaba medicamentos. Además de esta tarea asistencial, realizaba talleres de prevención y educación sanitaria. “Hemos conseguido establecer un punto de lavado de manos, algo muy importante para evitar infecciones, que ahí son un problema muy frecuente”, explica.

Una viguesa en el corazón de Haití

Equipada con su maletín de transporte y acompañada por otra enfermera española, una vez a la semana realizaba asistencia sanitaria en el poblado de La Saline, “el más pobre dentro los pobres”, asegura. “Las casas eran cuatro palos y dos telas, sin apenas alimentos y sin acceso a agua. Allí un vaso de agua causa el mismo efecto a un niño que una bolsa de caramelo a uno de aquí”, relata.

A Elena le gusta integrarse en la comunidad, compartir su cultura y sus costumbres, ser una más. Todas las vivencias de las que se impregna le sirven para llenar su mochila de energía. “Cargo las pilas para todo el año. Me da paz y calma interior, me hace sentirme bien porque sé que mi trabajo vale para algo. No quiero decir que aquí no, pero aquí hay muchas otras enfermeras y allí no. Sé que no voy a cambiar el mundo, pero si alivio el dolor a una persona mi trabajo ya ha merecido la pena”, asegura.

Desde hace cinco años, esta enfermera del hospital Ribera Povisa pasa sus días de libre disposición como cooperante. Esta es la primera vez que trabaja en un país americano, pero se ha curtido como voluntaria en el continente africano, donde ha estado con Heath for Africa en Senegal, Marruecos, Mali, Tanzania y Santo Tomé y Príncipe. La inquietud por la ayuda humanitaria siempre la tuvo, aunque no así la oportunidad. Primero tuvo que esperar a tener estabilidad laboral y después a que sus hijas no dependieran tanto de ella. “Cuando ya tenían 6 y 8 años, vi que era el momento de hacerlo, y una vez que metes el pie ya es imparable”, asevera.

Reconoce que, aunque es gratificante, la experiencia siempre es dura y no siempre resulta sencillo aceptar las limitaciones. “Al principio te frustra ver que no puedes llegar a todo porque no tienes medios, que tienes que dejar de atender a gente que ha caminado tres días para que la veas porque ya no tienes luz –comenta–. Pero después te das cuenta de que para cuidar a los demás tienes que cuidarte tú y que nunca podrán llegar a todo”.

Adaptarse a la escasez no le cuesta tanto como regresar a la opulencia, asegura y, aunque echa de menos a sus hijas, no duda en volver. “Lo tienen muy interiorizado y creo que para ellas también es una enseñanza en valores”, afirma.

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