A y, Xavier Sardà i Tàmalo, siempre tan listo, tan largo, tan eficaz. Fue una gozada asistir a su falso entierro. El cielo puede esperar es un formato arriesgado en el que una serie de famosos acuden a su propio funeral, donde escuchan las loas (o no) de aquellos con quienes compartieron juerga y trabajo.

El programa, del que se han grabado seis entregas iniciales, está demasiado guionizado. Ala manera de una sitcom.

Al guion literario (los diálogos, los monólogos, los breves sketches) se suma un guion técnico que no deja al azar ni un tiro de cámara, ni un plano, ni una mínima concesión. Y qué duda cabe que con un finado como Sardà y unos invitados a la fiesta del calado de Juan Carlos Ortega, Santiago Segura, Boris Izaguirre, Gemma Nierga, Paco Marhuenda o Venga Monjas la tentación de romper el guion y rodar lo que saliera hubiese sido la mar de interesante y divertido.

Pero, claro, en lugar de 45 minutos la entrega podría haber durado tanto como un Especial de Nochevieja de los de antes. Así, lo mejor estuvo en las réplicas, estas sí espontáneas, de Xavier Sardà a Emilio Gavira, su hombre de confianza en el limbo. Y es que su talento y su carisma no tienen parangón.

Qué va a decir quien lo ha tenido desde siempre como comunicador de cabecera. Lo sigo desde su etapa en Radio Nacional, siendo él un pipiolo. Después en Juego de niños, Crónicas marcianas, Moros y cristianos, e incluso en ese programa en DMax del que nadie recuerda el título. Con su simulador de vuelo a modo de juguete en casa, su vida de marajá, su vuelta de tuerca a la entonces denominada telebasura y su agilidad mental, Sardà, a sus 61 años, está mejor que nunca.