Pero qué buena es Rosa María Molló. Y qué desaprovechada está. Que tenga que venir una crisis como la del coronavirus para rescatarla de sus entradillas relámpago de 'Informe semanal' para explayarse en el 'prime time' es un desperdicio que la televisión pública no se debería permitir. Vengo diciéndolo desde hace muchísimo tiempo.

La Molló, con el artículo con el que se señala a las grandes, podría asumir perfectamente la presentación de un debate de actualidad, o no tanto, en una parrilla yerma de ellos. No sería preciso estar pegados a los titulares, sino estar abiertos a temas más atemporales pero igualmente interesantes.

A mí no me gusta que los presentadores lo hagan de pie, como sucedió en el especial sobre el coronavirus. Por eso disfrutaba tanto el formato de Ramón Colom. Y por eso jalearía por ver a Rosa María Molló sentada, serena, ordenando una conversación entre invitados de altura.

Tal vez su formato preferido sean las piezas cortas. Aquellas que bordó como corresponsal en medio mundo. Recuerdo la primera que envió desde Asia-Pacífico en enero de 2000, con motivo de las obras del pabellón español de la Expo de Shanghai, una filigrana arquitectónica en forma de nido.

Así se refería la Molló a los obreros chinos esos que ahora han levantado hospitales en dos semanas. "No hay duda de que estos labradores artesanos saben lo que hacen. En sus dedos vemos la dignidad que como el mimbre se dobla pero no se rompe. El pabellón de España mira al futuro, mientras ellos, con su sudor, marcan en sus paredes la fuerza de su pasado". No se puede decir más en menos palabras. Mientras Rosa charlaba con el hombre de moda, Fernando Simón, en 'Late Motiv' aparecía su sosias en uno de esos golpes de efecto maestros. Bendito Raúl Pérez.