Fue un viaje delicioso por la Andalucía Baja. Desde Triana en Sevilla hasta Cádiz, pasando por lugares tan deslumbrantes como la playa de la Casería de Ossío en San Fernando. 'Un país para escucharlo' retoma el esquema de 'Un país para comérselo' haciendo de la música el motivo de placer supremo tanto para quienes viajan con Ariel Rot como para los que seguimos sus andanzas desde casa. En esta primera entrega el compañero de viaje (cambiarán a lo largo de las diez entregas grabadas) fue Kiko Veneno, otro disfrutón de la música.

Lo mejor del programa, que se ve sin pestañear a poco que uno tengo una mínima curiosidad por conocer el mapa sonoro de las Españas, es descubrir el perfil humano de los artistas que van surgiendo a lo largo del camino. Y fijarse en los detalles.En las expresiones. En esta primera entrega Sevilla no gaditana solamente con saborear los distintos acentos de cada uno de los intervinientes ya era una fiesta. ¡Cuánta riqueza léxica en nuestra lengua! En una tasca del epicentro de Cádiz que alguien definió como la zona cero de la guasa un señor como David Palomar definió la ciudad como la risa que se desangra.

Pero, insisto, en mi mirada antropológica gocé tanto de lo que decían cómo de la manera de decirlo. Que hay mucha arte en el sur es algo sabido. Que encierra toda una filosofía de vida. Las imágenes de los programas musicales de TVE ilustraban los distintos encuentros, como cuando el productor de Camarón, Ricardo Pachón, evocó desde su rincón cómo fueron aquellos años. Un país para escucharlo bien podría ser un programa del canal #0. Del mismo modo que algunos de la cadena de Movistar podrían ser de La 2. Ese es el camino. Que la televisión de excelencia de la pública se produzca también en las plataformas, y viceversa.