Estoy acabando de ver la primera temporada de 'Vergüenza', la serie producida por el gigante Movistar y emitida bajo demanda para sus clientes. Está protagonizada por Javier Gutiérrez -'Águila roja', 'Estoy vivo' o 'Campeones', la película de Javier Fesser que irá a los Oscar- y por Malena Alterio -'Aquí no hay quien viva', 'La que se avecina'-, y de verdad que es una de las pocas veces que he sentido vergüenza como espectador, pero vergüenza no por ser una mala serie o porque sus interpretaciones son penosas, no, vergüenza porque los guiones de Juan Cavestany y Álvaro Fernández Armero te llevan, de la mano de los protagonistas, a unas situaciones de verdad límite, eso que más de uno conocemos como vergüenza ajena. Es terrible. Te quedas pillado ante la pantalla con los momentos de analfabetismo social de este matrimonio que no conoce el pudor.

Cada capítulo aborda diferentes situaciones -dar la enhorabuena a la vecina por un embarazo cuando sólo es tener un poquito de barriga, dejar los calzoncillos tirados en el bidé con su manchita de caca, y todo, en el día de la visita de los suegros, confundir la amabilidad de la novia a la que Jesús, fotógrafo de bodas, le hace un reportaje, con su pretensión de ligar, o mirar con deseo las tetas de la suegra en una comida familiar-. Los dos grandes artistas, un enorme Javier Gutiérrez y una fantástica Melena Alterio, son el dedo que buscaba el anillo de sus personajes. Sin estridencias, con matices que sólo un actor de alta comedia es capaz de sacar, tanto él como ella parecen ser el Julio y la Nuria, auténticos maestros en cagarla y extrañarse de que los demás se extrañen. 'Vergüenza' es adictiva -ya se graba la segunda tanda- por ver qué será lo siguiente.