Opinión | El correo americano

El legado de O.J. Simpson

O.J. Simpson, fallecido el pasado 10 de abril, lo era todo en Estados Unidos: leyenda de la liga de fútbol americano, celebridad venerada, actor de cine y televisión, símbolo de la unidad racial… Hasta el 12 de junio de 1994, cuando su exmujer Nicole Brown y su novio Ron Goldman fueron brutalmente asesinados. Simpson fue acusado de cometer esos crímenes. Su imagen, entonces, cobró un sentido completamente distinto. El caso parecía haber generado un cisma en la población. Las encuestas indicaban que la mayoría de los afroamericanos creían en su inconciencia. Pocos años antes, unos agentes de policía habían apaleado a Rodney King y la ciudad de Los Ángeles se vio inmersa en una oleada de disturbios. Simpson, quien renegaba de su identidad racial ante sus amigos y nunca se involucró en el activismo político (“no soy negro, soy O.J.”, solía decir), se acabó convirtiendo, gracias a la astucia del abogado Johnnie Cochran, en una insospechada causa de los derechos civiles.

El espectáculo comenzó cuando Simpson decidió darse a la fuga. Luego se supo que iba en un coche circulando por la carretera, donde había gente animándolo con pancartas. Amenazaba con suicidarse. La persecución fue retransmitida en directo por televisión. Larry King interrumpió su programa en la CNN, como hicieron todas las cadenas. En la NBC, que estaba emitiendo el quinto partido de la final de la NBA entre los Houston Rockets y los New York Knicks, pusieron las imágenes de las cámaras siguiendo al automóvil. Finalmente decidieron enfocarse en ambos acontecimientos de manera simultánea. El periodista Tom Brokaw dijo que le parecía estar presenciando una “tragedia shakesperiana”.

El proceso judicial subsiguiente, seguido por millones de personas, sentó las bases de la cultura mediática de nuestro tiempo. Ahí se halla, entre otras cosas, el origen del reality show y del true crime como género de no ficción. También la primera manifestación de los influencers antes de la llegada de las redes sociales. Muchos de los asuntos que salieron a relucir en el juicio, directa o indirectamente, son hoy en día objeto de debate: las políticas de identidad, el racismo institucional, la brutalidad policial, la violencia de género, los fallos del sistema judicial o el culto a la personalidad de ciertas celebridades.

Cuando O.J. Simpson fue declarado inocente, muchos afroamericanos lo celebraron como una victoria. Con los años, la percepción sobre el veredicto fue cambiando. Ahora el juicio resulta problemático precisamente por lo que dice de la sociedad estadounidense y de algunos de sus problemas todavía no resueltos. Se utilizó una causa legítima y necesaria, como la de la igualdad racial, para manipular al jurado. Se defendió la dignidad de una comunidad en nombre de la persona equivocada. Se obvió el dolor y el honor de las víctimas, entre las cuales se hallaba una mujer maltratada, para convertir el proceso en un programa de entretenimiento.

Bob Costas, el periodista deportivo de la NBC que comentaba los partidos con Simpson, decía que este siempre recordaba el nombre del chico que les traía el periódico, que era un hombre amable y afectuoso con sus fans. “A todos nos caía bien. Disfrutaba de la fama”. Cuando lo fue a visitar a la cárcel, Costas, que por aquel entonces ya estaba convencido de la culpabilidad de su antiguo compañero, se había hecho un corte en la mano y la tenía manchada de sangre. Simpson lo vio y, bromeando, le dijo: “Espera un momento, ¡tú lo hiciste!”. Costas pensó que todo aquello era un tanto raro. La anécdota, sin embargo, retrata muy bien al personaje que, incluso entre rejas, seguía devorando a la persona. El juicio de O.J. Simpson fue algo más que un juicio. El modo en que muchos participaron en él, de manera activa o pasiva, configuró el lenguaje que ahora manejamos. Cuando los hechos comenzaron a enterrarse bajo el relato.