Opinión | el correo americano
El presidente y la persona
Con la carta que envió a la ciudadanía, Pedro Sánchez decidió romper la cuarta pared, una técnica procedente del teatro mediante la cual el actor, dirigiéndose al público, deja de ejercer por un instante su papel para distanciarse de la ficción que se está representando. La misiva no venía con el logotipo del Gobierno o del partido; era un mensaje personal, escrito supuestamente desde el agotamiento y el dolor, de alguien que se pregunta si los sacrificios que exige su trabajo merecen ser asumidos. De ese modo, el presidente, obviando su cargo, se distanciaba así de la presidencia, convirtiéndose en un español como cualquier otro abrumado por las circunstancias.
He ahí el principal problema de ese texto: su destinatario. Si formara parte de una correspondencia privada o de una extensa entrada en un diario, podría servir como fuente en un estudio biográfico, al dejarse constancia por escrito del sufrimiento que padeció el líder en un momento de su mandato, planteándose incluso abandonar el poder al que sus adversarios le acusaban de aferrarse. Si tras hacerlo público hubiera dimitido de inmediato, su decisión podría ser discutible pero respetable, y probablemente provocaría un debate más serio sobre este clima de polarización insoportable que puede derrumbar a un político aparentemente astuto, ambicioso e implacable.
"Y los ciudadanos/espectadores, estancados en el ‘cliffhanger’, especulan sobre un próximo giro de la trama, paralizándose todos los asuntos de las agendas, a la espera de si el amor del pueblo es lo suficientemente intenso como para renovar la temporada"
Sin embargo, esa no era la intención del remitente. Sánchez no solo se estaba desahogando; al tratar a la ciudadanía entera como su confidente, demandando empatía y compasión, pretendía que sus palabras generaran también un efecto político en los auténticos receptores del mensaje: sus partidarios. Como sucede con el actor que parece abandonar la obra para hablar con los espectadores, el gesto tiene un componente dramático y ha de ser entendido en el contexto de la trama. Sánchez era “el renacido” que había conseguido sobrevivir a los poderes fácticos y al aparato del partido. El autor de ‘Manual de resistencia’. El hombre que estableció el muro con el que se contendría el auge de la extrema derecha. Ahora dice que no sabe si le quedan fuerzas... Y los ciudadanos/espectadores, estancados en el ‘cliffhanger’, especulan sobre un próximo giro de la trama, paralizándose todos los asuntos de las agendas, a la espera de si el amor del pueblo es lo suficientemente intenso como para renovar la temporada.
“Muchas veces se nos olvida que tras los políticos hay personas”, escribió Sánchez. Es cierto. De ahí los peligros de vivir instalados en el relato. Cuesta creer que el personaje no vuelva al escenario. Una forma de combatir la deshumanización sería dejar de insuflarle tanta épica artificial a la política. En las manifestaciones de Ferraz, sin embargo, se pudo comprobar que muchos esperan la llegada de otro personaje, de otro héroe, confundiéndose peligrosamente las emociones de una persona con la misión de un presidente.
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