Opinión
Dile a alguien que estoy aquí
Me llamo Amina. Tengo 13 años. Soy una niña huérfana que camina sola en la nada, sin saber a donde, a cuestas con mi hermano Nasser de 4 años.
Paso a contarles mi historia, que también es la historia de 17.000 menores no acompañados de la Franja de Gaza que, como yo, han quedado desprotegidos, sin familia. Es la historia de 17.000 niños y niñas que se encuentran viviendo solos , pues sus padres se han muerto, han resultado heridos, están presos o han tenido que desplazarse a otras zonas.
Niños iguales a los vuestros, a los niños de los padres, madres y abuelos que lean esta carta.
Yo escribo esta carta para que, si muero, sus lectores no nos olviden, nos recuerden, nos entierren con dignidad y sepan que Israel está utilizando el hambre como arma de guerra, pues nos quita cualquier posibilidad de sobrevivir por impedirnos el acceso a los alimentos, al agua potable, a la medicina y a los carburantes.
También escribo esta carta para pediros que le digáis a alguien que estoy aquí.
"A pesar de ser menores de edad, la mitad de la población de Gaza, estamos sometidos a constantes bombardeos"
Yo cuento mi historia pero nadie podrá contar la historia de 2.000 niños y niñas que yacen sepultados bajo los escombros de los edificios, muchos de ellos comidos por los gatos y perros callejeros. Inmominados sin enterrar.
A pesar de ser menores de edad, la mitad de la población de Gaza, estamos sometidos a constantes bombardeos. Defiéndannos, hagan algo. Están obligados a ello.
Dicen los expertos de la ONU que andan por aquí que todos los niños y niñas por debajo de los cinco años –mi hermano Nasser entre ellos– es decir 335.000, están en riesgo de sufrir una desnutrición aguda grave también diarreas potencialmente mortales. Nos estamos muriendo debido a la desnutrición y la hambruna empieza a aparecer.
Hace seis meses que no vamos a la escuela. Hace seis meses que nuestros padres, dos hermanos y la abuela murieron por culpa de un misil que les entró de lleno en la casa, en el norte de la Franja.
Ese día, mediodía del 8 de noviembre de 2023, el zumbido de drones rasando el tejado de nuestra escuela, nos hizo salir corriendo hacia nuestras casas en busca del refugio de nuestros padres. Por el camino tuvimos que sortear racimos de amigos muertos salpicados de sangre. Pelo negro, pelo rojo.
Es difícil describir el pánico y horror que sentimos. No sé hacerlo, solo sé que gritamos enloquecidos hasta la extenuación.
Al llegar, la casa se había convertido en cascotes, escombros y polvo. Ni rastro de nuestros seres queridos. ¿Se lo imaginan? ¿Se pueden imaginar la desolación y el llanto de dos niños de 13 y 4 años?
La verdad es que no recuerdo lo que pasó después, solo que nos llevaron al hospital donde, como a todos los niños como nosotros, nos llamaron “Niño herido sin familia sobreviviente”. Y es que somos muchos, miles de menores –17.000 como les decía– que hemos perdido a nuestra familia.
Somos todo un ejército de infantes que, haraposo y descalzo, vaga entre los cascotes de la destrucción.
Hace dos días que Nasser y yo estamos sin comer ni beber agua potable. Tenemos hambre y sed. Mucha. También mucho miedo porque nos bombardean cuando vamos a buscar comida y agua. En nuestros rostros, ya sin lágrimas, se ve todo el dolor y toda la guerra.
Somos niños, tenemos poca fuerza para hacernos paso entre la muchedumbre para poder acceder a la ayuda humanitaria, a veces ni siquiera conseguimos un bidón de agua potable. Nos pasamos el día pendientes de los aviones que lanzan alimentos por si recogemos algo del suelo.
Antes de la guerra, la ciudad de Rafah, al sur de la Franja de Gaza albergaba a 275.000 personas, ahora cuenta con 1,5 millones, la mayoría mujeres y niños.
Aquel día, cuya fecha tengo borrada, después de una larga travesía de norte a sur de la Franja, llegamos al campo de refugiados de Rafah y nos colocaron bajo un toldo apiñado a los que le rodeaban. Vivimos hacinados y en condiciones terribles. Pero aún así y a pesar de la ansiedad persistente que padezco, de los ataques de pánico que sufro cuando escucho una explosión, a pesar de todo ello, no tengo falta de sueño y duermo. Dormir es lo que más me gusta porque cuando duermo, sueño. Sueño que no quiero morirme nunca porque quiero jugar siempre.
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